La Habana come con los colores de McDonald's

Lo bueno de este capitalismo primitivo es que, capitalismo al fin, genera competencia, y la competencia mejora la calidad y variedad de la oferta y del servicio, y regula los precios.

"Pero yo ya no soy yo, ni mi barrio es ya mi barrio", podría decir hoy parafraseando a Federico García Lorca después de leer el último reportaje de Nick Miroff desde La Habana para la Radio Nacional Pública de Estados Unidos: "Empresarios despuntan mientras Cuba afloja el control".

Dice Miroff que desde que el gobierno comunista aflojó la mano sobre la economía interna, han surgido miles de pequeñas empresas privadas, y con ellas, una competencia feroz, en un ambiente donde la publicidad sigue siendo muy restringida.

Agrega que por toda La Habana menudean cafetines y puestos de comida, pero no muchos son tan distinguidos como Tio Tito. El autor describe un establecimiento donde empleados uniformados se afanan por servir pizzas hawaianas y bebidas de frutas, mientras en una pantalla se exhiben videos musicales.

Observa el autor que las servilletas y las cajitas para llevar comida tienen el logotipo Tio Tito de la empresa, y que incluso poseen una bien diseñada página web, que se maneja desde el extranjero.

Aquí detuve la lectura y la curiosidad me llevó a enlazarme con la página de Tío Tito, sencilla, pero muy movida, en una combinación de rojo y dorado que según el propietario son colores que las investigaciones demuestran estimulan el apetito. García podrá ser muy novato como capitalista incipiente, pero de bobo no tiene un pelo: para diseñar su web se fijó en un modelo de éxito. Como le dijo a Miroff. "Si esos colores le funcionaron a McDonald's, también me pueden funcionar a mí".

Pero sigamos con la web de Tío Tito, que es administrada probablemente por los mismos parientes que le mandaron a García el monitor, las servilletas y las cajitas. Pulsé en "Quiénes somos", luego en "Dirección", y ¡sorpresa!: lo que surgió en la pantalla fue un mapa de la manzana del barrio de La Ceiba donde viví desde 1963 hasta 1988 - en la Avenida 43 entre 58-C y 60. Por la cuadra de 58-C, a un tiro de piedra de la puerta de mi casa, la ubicación del nuevo cafetín, muy cerca de la vieja y enorme ceiba que creo le dio nombre al barrio.

En esa cuadra, situada también cerca del antiguo paradero de la ruta 20, lo único que construyó la revolución fue, en la acera de enfrente, un mercado que en la época de oro de los subsidios soviéticos aliviaba un poco la situación, pero que hoy, si existe, debe vender no muchos más alimentos que una ferretería.

Pensé entonces en mi vecinito Yoyi, el hijo de la pareja de gordos de los altos, --gente que no necesitaba ver colores para tener siempre buen apetito-- y me fui a chequear el menú y los precios.

Ropa vieja, de res o de cerdo por un mismo precio de 30 pesos cubanos; aporreado de pollo, 25 CUP, steak de jamón, 20 CUP; además hay comidas internacionales e italianas -desde pizza hawaiana de jamón con piña, por 18 pesos hasta la recurrida napolitana por 10. Estamos hablando de alrededor de un dólar promedio el plato, lo cual no es barato, con el salario medio todavía en menos de 20 dólares mensuales (un dólar igual a 25 CUP), pero sí es mucho más módico -y Miroff lo confirma -- que lo que cobran en la red de gastronomía estatal.

Cierto que el negocio de García es uno de los dos únicos chinchales de comida que sobreviven en mi barrio -- otros seis se fueron a pique-- desde que Raúl Castro autorizó que más cubanos trabajaran por cuenta propia. Pero el Yoyi tiene al menos donde darse un gusto uno que otro fin de semana.

Lo bueno de este capitalismo primitivo es que, capitalismo al fin, genera competencia, y la competencia mejora la calidad y variedad de la oferta y del servicio, y regula los precios. Todo, en beneficio del cliente.

El reportaje de National Public Radio señala que hoy en día no basta con colgar un letrero y vender bocaditos y café por la puerta de la calle, porque --como le dijo al corresponsal otro mcroempersario, Ismael Bello --en la ciudad ya hay demasiados vendedores vendiendo las mismas cosas.

Bello y su familia han iniciado, con una copiadora que le llevaron del extranjero, un servicio de impresión y copias llamado "Avana". Compiten directamente con el Estado, y han fijado los precios en la mitad de lo que cobran los talleres de propiedad estatal.

Y como la publicidad sigue estando mayormente prohibida, cubanos como Yanet Alvarez han encontrado otras formas de sobresalir. Su cafetín con temas de béisbol, "El juego perfecto", un garaje remodelado, ya es famoso entre los aficionados de la legendaria novena habanera Industriales.

Dice el autor que después de trabajar años en aburridos restaurantes estatales, a Yanet le entusiasma poder tomar sus propias decisiones empresariales. Dice Alvarez:"Si un cliente le pide un sándwich, usted tiene la libertad de decirle, "Claro, y se lo hago como a usted le guste", un concepto novedoso -concluye diciendo Nick Miroff-- en un país donde casi todo el mundo recibe todavía cada mes idénticas raciones de alimentos.