Cine norcoreano es un castigo para un cubano

Cartel de films norcoreanos

A la taquillera le pedí dos tickets, 6 pesos (0.30 centavos de dólares). Me miró extrañada y me dijo que no iba a poder soportar ver dos cintas norcoreanas.
Cuando hace unos meses entrevisté a Zoé Valdés para Diario de las Américas, de las pocas cosas que se quedaron en el tintero se encuentra un testimonio que ahora, a propósito de la muestra de cine norcoreano en La Habana, vale la pena desempolvar.

-Tú no tienes idea la cantidad de películas norcoreanas que me soné en el Cine Actualidades donde gracias a la acomodadora viví por un tiempo, junto a once niños de mi solar derrumbado, porque las matazones y fajazones a machetazo limpio en el Albergue de Montserrate, que era el que nos tocaba, no nos dejaban dormir. Mi abuela habló con la taquillera y además de dejarnos bañar en los aseos del cine, nos dejaba dormir en las butacas cuando se acababa la última tanda. Incluso veíamos películas prohibidas. Pero lo peor fue un ciclo de cine soviético y otro de cine norcoreano que jamás olvidaré.

Corea del Norte

En mi infancia recuerdo haber visto dibujos animados y películas rusas, búlgaras, checas, húngaras, polacas y alemanas del este. Asiáticas, alguna que otra vietnamita del norte, pero no chinas ni norcoreanas. De ahí mi curiosidad por asistir a la muestra del 10 al 13 de septiembre exhibida en el antiguo cine Infanta, reconvertido en salas climatizadas donde programaciones cinematográficas y culturales se alternan con actos oficiales y proyecciones especiales.

Como en este caso. Un ejemplo de los aparentes sólidos vínculos con la dinastía de los Kim, con más tiempo en el poder que los Castro. Y una evidencia de que más allá del buque norcoreano cargado con azúcar y misiles cubanos, del accidente de tránsito que le costara la vida al general que estuvo al frente de ese embarque (y que ha despertado sospechas y especulaciones) y del fusilamiento de una ex novia del actual dictador Kim Jong Un y de su grupo de músicos, supuestamente acusados de 'pornografía', las relaciones entre las dos autocracias marchan viento en popa y a toda vela.

El primer día no pude entrar, era por invitación. Por lo que vi, casi todos los presentes eran diplomáticos de Corea del Norte -a la legua se distinguen, por su vestimenta y por los sellitos de Kim Il Sung que llevan siempre en la solapa- periodistas oficiales y funcionarios del partido y del gobierno.

Volví al segundo día. Había dos tandas, una a las 5 y otra a las 8. Pensé ver las dos películas programadas, la primera sobre artes marciales y la segunda de tema bélico, el preferido de los cineastas de Pyongyang. La entrada por cada tanda costaba 3 pesos. A la taquillera le pedí dos tickets, 6 pesos (0.30 centavos de dólares). Me miró extrañada y me dijo que no iba a poder soportar ver dos cintas norcoreanas.

Y así fue. Haciendo un esfuerzo, vi completa la primera, pero a la mitad de la segunda me levanté y me fui. A los 24 millones de habitantes de Corea del Norte les pueden gustar y entretener las películas hechas en su país. Es lo único que han visto en su desgraciada existencia.

Pero no a una población que a pesar de los Castro y su totalitarismo, del Che y su hombre nuevo, no ha perdido su idiosincrasia y no ha dejado de ser caribeña y occidental. De toda la vida, el cine preferido por los cubanos ha sido en primer lugar el americano, después el europeo, el latinoamericano y el asiático, si es capitalista.

Personas que pasaban por el cine Infanta, al ver la cartelera, preguntaban de cuál de las dos Corea era. Y cuando les respondían, del Norte, apresuradamente se alejaban. "Pa'los fósforos. Por nada del mundo me disparo ese clavo", comentó un joven estudiante.