Cuba olvidada

"¿Qué será de la mujer / que se miraba al espejo / y en lugar de su reflejo / veía el anochecer?"

El autor describe una dimensión lamentable de la realidad de su país. Lea los versos finales.

Mimi Cal, estrella del teatro vernáculo cubano y del programa radiofónico más admirado de la isla, La Tremenda Corte, pasó sus últimos años en un asilo del sur de la Florida sumida en la más absoluta pobreza y, según sus propias palabras, enferma de ingratitud. El nombre de su personaje, Nananina, se incorporó al argot popular de sus compatriotas para darle un giro risueño a uno de los vocablos más sobrecogedores de cualquier idioma: "nada". En vez de abismarse ante éste, el cubano solía escabullírsele recurriendo al sobrenombre de aquella criolla expansiva e inocentona a quien su contrafigura, José Candelario "Trespatines", no cesaba de tomarle el pelo:

–¿Qué hay de nuevo?
–Nananina.

Eusebia Cosme.

Eusebia Cosme, recitadora y actriz nacida en Santiago de Cuba, cuya gracia para decir la poesía afrocubana cautivó a intelectuales y poetas de la talla de Juan Ramón Jiménez, Fernando Ortiz, Jorge Mañach y Nicolás Guillén, llevándola a presentarse en diversas instituciones culturales y teatros habaneros, universidades norteamericanas, el Town Hall de Nueva York y la televisión y el cine mexicanos, falleció en circunstancias similares.

María del Carmen Vinent, cantante cubana a quien Ernesto Lecuona dedicó "Noche azul", una de sus composiciones más célebres, residió en un asilo de la Calle Ocho del suroeste de Miami donde ya senil se le escuchaba vocear, a cualquier hora del día y la noche, aferrada al último vestigio de su efímera gloria, frases de la canción cuya dedicatoria puede haber significado el pináculo de su carrera.

El espectáculo que ofrece buena parte de la ancianidad cubana exiliada, recluida en asilos y centros de rehabilitación de Miami, abruma. Nada tiene que ver su entorno con el que conoció hasta que el destierro, la decrepitud y la indigencia la desahuciaran, despojándola de aquellos escasos bienes que había logrado acopiar luego de recalar en el sur de la Florida sin un centavo y rehacer su vida a fuerza de una laboriosidad admirable.

Mimí Cal, "Nananina".

Algunos de esos ancianos han sobrevivido a sus seres queridos inmediatos y otros han sido abandonados por ellos, demasiado atareados en gozar del american way of life, agobiados por calamidades financieras, crisis matrimoniales, zozobras relacionadas con la conducta de los más jóvenes o víctimas de una inadaptación latente a una cultura y una forma de vida en las que alguna vez creyeron insertarse con éxito pero que han acabado revelándoseles extrañas y produciéndoles un desasosiego rayano en el desequilibrio.

Aun rodeados de otros ancianos y de enfermeras solícitas, la soledad abate a estos cubanos longevos procedentes de todas partes de la isla, remanentes precarios de las distintas oleadas que abandonaron el país. Y así se les ve, tumbados en sillas de ruedas o aferrados a sus andadores, yendo y viniendo por salas y pasillos como si éstos fueran parques o jardines y no vestíbulos de la muerte; yendo y viniendo con la mirada perdida, enhiestos o encorvados, pero prestos a agradecer cualquier gesto de cortesía y, sobre todo, cualquier interés en su estado de salud y su vida anterior, vida que a nadie –entre quienes comparten su destino o les atienden– ya interesa; yendo y viniendo del recuerdo de quienes los amaron, al recuerdo de quienes fallecieron o los abandonaron a su suerte; de las limitaciones que significa una cadera rota, al temblor de la mano que no acierta a empuñar el cubierto; de unas pocas y viejas fotografías guardadas en la mesa de noche, donde se admiran lozanos, al espejo al que se asoman y no se reconocen.

Qué será de la mujer

¿Qué será de la mujer
que se miraba al espejo
y en lugar de su reflejo
veía el anochecer?
Era difícil no ser
sino aquella oscuridad
que evaporaba su edad,
aquel borrón hecho a mano
con el que un Dios casi humano
mataba Su soledad.

Necesidad de reposo

Necesidad de reposo,
única necesidad
justificada a mi edad.
Y sin embargo qué hermoso
el insobornable acoso
de la belleza que pasa
y me devuelve una brasa
de mi mismo, una sonrisa
oculta entre la ceniza
del siniestro que me arrasa.

La alegría de morir

La alegría de morir
a tiempo ha perjudicado
la de vivir demasiado;
incluso, la de vivir.
Mete miedo el porvenir
que una vez ilusionó.
Meten miedo el arrorró
de la morfina y la calma
que merodea. Mi alma
mete miedo: no soy yo.

Hay un cuerpo de papel

Hay un cuerpo de papel
cebolla con los huesitos
mezclados como palitos
chinos que juegan con él.
Un cuerpo bajo el dintel
de una puerta que convida
a una paz desconocida
donde, al no haber más veredas,
la sabia silla de ruedas
lo volcará en otra vida.

Qué diría Aldebarán

¿Qué diría Aldebarán
si nos viera a estas alturas?
No son hombres: son figuras
del más ingenuo astracán.

¿Qué diría del galán
que, de vuelta a los pañales,
alborota a las vestales
que se caen de las camas
y pretenden, aun sin mamas,
ser reinas de carnavales?

El cementerio que un día

El cementerio que un día
fue parte de la ciudad
hoy la abarca, es la ciudad,
y abarca también el día
que esperaste y todavía
esperas. Alrededor
de ti se explaya el horror,
pero ni siquiera muerto
renuncias a estar despierto:
estarlo es tu única flor.