Cuba: ortografía y muerte

Memorial Cubano en Miami.

El autor mira al presente cubano, descubre un cementerio y recuerda a Lázaro

Nostalgia de la muerte, título de un libro del poeta mexicano Xavier Villaurrutia, recuerda la desgana que, según Luis Cernuda, poeta español, debió de padecer Lázaro al verse forzado a abandonar su tumba, ese habitáculo que un verso de Eliseo Diego tienta a identificar como el sitio en que tan bien se está, y que en el caso del poeta cubano sería el ámbito republicano donde éste nació y creció, ámbito de un orden llamado a desaparecer.

La vida cuya desembocadura queda atrás, ¿es vida? La nostalgia de la muerte que padecemos algunos cubanos actuales y que padecieron otros, muy anteriores a nosotros, es la de un futuro que, sin alcanzar a ser presente, se volvió pasado.

La madrugada del 29 de marzo de 1906, el escritor cubano Esteban Borrero Echeverría tuerce una sábana y se ahorca en el patio de un hotel de San Diego de los Baños. Seis años antes, en una carta dirigida al escritor Nicolás Heredia, Borrero Echeverría parecía dirigirse, más que a él, a nosotros:

he creído asistir a la dispersión de la conciencia política de mi patria; su propia conciencia moral se ha disuelto así, en algún instante, a mis ojos; y en un momento de angustia moral infinita me ha parecido también que el alma de Cuba (¿sabe usted lo que es esto?), que nuestra alma estaba amenazada de muerte.

Esteban Borrero Echeverría, cuatro años mayor que José Martí, no ve desvanecerse en 1900 la Cuba que él y sus compañeros de generación vivieron sino la que soñaron, y viendo cómo la conciencia moral del país se envilece, añade:

En este instante, amigo mío, y entre angustias punzantes de todo orden, no puedo decir todavía si el fruto de la Revolución duerme en una cuna o yace en un sarcófago. Y si fuese esto último, sepa usted que soy de aquéllos que saben velar, hasta última hora, a sus muertos, y que aunque hayan de ir bebiéndose las lágrimas, los acompañan al cementerio.

Esteban Borrero Echeverría es un contemporáneo nuestro. El cementerio al que alude es, en cierta forma, nuestro presente, y las tumbas de ese cementerio no son sólo aquéllas, ilustres y en algunos casos entrañables, a las que Rafael Rojas, el destacado historiador cubano, se refiere en su libro Tumbas sin sosiego: esas tumbas también somos nosotros, que hemos visto morir mucho de lo que nos animaba, morir nuestro tiempo, y quien ve morir su tiempo, todo su tiempo, el real y el imaginario, el que vivió y el que pudo haber vivido, sabe que se vela a sí mismo, que es un muerto dentro de otro muerto.

Ante tanta desolación, Esteban Borrero Echeverría apuesta por lo que hoy ningún compatriota suyo se dignaría apostar: el poder de las palabras para encarnar un destino. No olvidaba cómo a través del siglo XIX, la nación cubana parecía emerger de ellas, transubstanciarse a partir de ellas, fluir de las obras de José María Heredia, José Jacinto Milanés, Juan Clemente Zenea, José Martí y otros:

fueron nuestras letras, nuestra poesía (sobre todo), como el lenguaje de esa alma naciente, por donde todos nos entendíamos y éramos hermanos... Allí, en todo eso que hemos perdido de vista en esta hora oscura, está, con nuestra lengua, nuestra alma (…)

¿Puede un país con una ortografía tan lamentable como la del cubano promedio aspirar a un destino mejor? ¿Es la torpeza a la hora de escribir consecuencia de una debacle educacional o, desde hace tiempo, origen y resultado de debacles más abarcadoras?

La tara del Golem, ese autómata tosco, fabricado con materia inanimada, todo reverencia hacia su creador y sólo capaz de rebelarse contra éste en circunstancias excepcionales, pudo ser resultado, según Jorge Luis Borges, de un error en la grafía. Un pueblo que escribe mal no puede engendrar un país sano; el efecto dominó no discrimina: una falla engendra otras, y una ortografía en ruinas es fuente de descalabros.

Yo sé que el necio se entierra
con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
como la del camposanto.

José Martí

Que la necedad ha abundado entre nosotros es obvio: se diría que la hemos cultivado. Lujo no hay, a no ser para celebrar lo que conviene al gobierno de la isla; llanto sobra, pero no dentro de ese gobierno sino fuera, entre quienes han tenido y tienen que sufrirlo. También abundan las tumbas, y si la nación cubana es hoy un hervidero de ellas hay que suponer que, más tarde o más temprano, todos los muertos que las habitan y nos habitan, todos los muertos que abonan nuestro camposanto, darán la fruta óptima.

No debí comenzar evocando al Lázaro bíblico sino al Anti-Lázaro de Nicanor Parra (Chile, 1914). El consejo del poeta, cuyo centenario es motivo de celebración en toda Iberoamérica, y la forma en que ese consejo se imparte están más a tono con quienes somos:

Muerto no te levantes de la tumba
qué ganarías con resucitar
una hazaña
y después
la rutina de siempre
no te conviene viejo no te conviene (…)

sigue durmiendo hombre sigue durmiendo
sin los aguijonazos de la duda
amo y señor de tu propio ataúd
en la quietud de la noche perfecta
libre de pelo y paja
como si nunca hubieras estado despierto

no resucites por ningún motivo
no tienes para qué ponerte nervioso
como dijo el poeta
tienes toda la muerte por delante