Cuba: genio y figura hasta la sepultura

Un payaso reconciliador entre Federico Piñeiro y Alberto Garrido (Chicharito y Sopeira)

El autor reflexiona sobre la actitud de algunos de sus compatriotas ante un dossier dedicado a la literatura cubana en Miami

La decisión de Juan Malpartida, poeta, ensayista, crítico literario y narrador español, director de la prestigiosa revista española Cuadernos Hispanoamericanos, de dedicar un dossier a la literatura escrita por los cubanos exiliados en Miami a lo largo de los últimos cincuenta y seis años es una gentileza que hay que agradecer: la política de estigmatización y marginación impuesta por las editoriales, la crítica y un sinnúmero de autores de Latinoamérica y España a estos escritores, y el desdén a su comunidad, han sido feroces: reconocer el valor de alguna de esa literatura ha resultado y aún resulta tan arduo para algunos de esos difamadores como reconocer el fracaso de la Revolución Cubana y los daños que sus cabecillas y simpatizantes a ultranza han infligido a Cuba; daños que exceden el ámbito estrictamente material y económico, abarcan al ser humano y, mal de males, la nación, es decir, aquello que aun escapando a nuestros sentidos, nos constituye, somos.

El dossier ha encontrado detractores entre los propios cubanos, ¿cómo no? No encontrarlos hubiera sido descubrir que también en este aspecto hemos dejado de ser nosotros, y algo de quienes fuimos debe perdurar, aunque no sea lo mejor. De lo que sobreviva podrá inferirse el origen de nuestro fracaso nacional.

Como persona que cumple medio siglo de residencia en Miami, adonde llegué a los doce años, y cuya juventud y pinitos literarios no tuvieron más escenario que esta ciudad satanizada, se me ha preguntado si el título del dossier, Cuba en Miami, está a la altura del documento. Tengo la impresión de que ese título no es más que un norte y un intento de lograr que tanto lector hostil a todo lo relacionado con la comunidad cubana exiliada en el sur de la Florida reconsidere esa hostilidad, repare en que aquello que responde al nombre de Cuba no se circunscribe a un territorio sino a algo tan intangible y capaz de explayarse lejos de ese territorio como un poema, un libro de ensayos, uno de cuentos, una novela.

Quizás la gestión de Cuadernos Hispanoamericanos sea ociosa: árbol que crece torcido jamás su tronco endereza, y sobra quien está dispuesto a todo menos a salir de su error (adviértase cuánto frívolo y cuánto pícaro aún baila con el cadáver del proyecto revolucionario). Pero hay que agradecer que Juan Malpartida haya reconocido la injusticia de esa saña y tenido el valor de salirle al paso.

Si escribo Cuba en Lecuona no espero que alguien suponga que en la música del compositor coinciden todos y cada uno de los elementos que integran la llamada cubanidad, pero sí que esa música reúne un número suficiente de esos elementos para sentir, escuchándola, la presencia o inmediatez de la isla. Cuba, en todos los sentidos de la palabra, no cabe en ningún lugar que no sea ella misma, pero donde hay un grupo de cubanos que la representan, uno puede sugerir que se persona.

También se me preguntó si no me había extrañado que algunos exiliados, residentes en otras ciudades, hubieran participado en el dossier, mientras otros de indudable mérito, residentes en Miami y, por consecuencia, más presuntamente familiarizados con el tema en cuestión, entre ellas el poeta Félix Cruz-Álvarez, no eran convocados. Los puntos suspensivos que coronaban la nómina sugerían la abundancia de opciones soslayadas.

Rafael Rojas no reside en Miami pero, además de ser un hombre brillante y un historiador de prestigio en Latinoamérica, Estados Unidos y España, ha visitado y visita con frecuencia esta ciudad, donde tiene un buen número de lectores y amigos. No sólo sabe más del exilio histórico que la mayoría de los miembros de su generación: sabe más que la mayoría de los miembros de la mía. Ha tenido, además, la honradez y el cuidado de leer, estudiar y citar a muchos cubanos ilustres que residieron en esta ciudad y que fallecieron antes de que él la visitara por primera vez. Mientras otros compatriotas nuestros obviaban y obvian las obras de esos cubanos, él ha sabido darles un lugar en sus libros y en su interpretación del devenir histórico, político, social y cultural de Cuba, la nación.

No conozco a Mabel Cuesta: sé que vive en Houston y que es investigadora, ensayista, especialista en Latinoamérica, estudiosa de la obra de Lydia Cabrera y profesora universitaria. No hay que residir en Miami para hablar de Lydia Cabrera, que sí residió aquí durante décadas y que, por sí sola, casi explica el título del dossier. Cabe recordar que Lydia confesaba haber descubierto a Cuba a orillas del Sena.

Juan Carlos Castillón, que hoy reside en Barcelona, su ciudad natal, conoció como pocos el ambiente literario de Miami. Es el mejor librero que ha tenido esta ciudad, y la inolvidable Librería Universal --donde Manolo Salvat, sabio, le dio empleo-- fue durante décadas el vórtice de la literatura cubana exiliada. No hubo quien no pasara por allí, se beneficiara de la hospitalidad y sus conocimientos y no advirtiera su sagacidad y peculiar sentido del humor.

Basta leer el texto de Ivette Leyva Martínez para saber que se trata de una periodista cabal: el talante y la excelencia de su prosa y de los datos que comparte, y la agudeza de sus comentarios, hablan por ella.

Gerardo Fernández Fe, coordinador del dossier, lleva poco tiempo en Miami pero no se escogió a sí mismo para este proyecto: lo escogió Cuadernos Hipanoamericanos, que reconoció en él a un autor incisivo, dinámico, talentoso, capaz de reunir un abanico de miradas diversas y, acaso, complementarias sobre una realidad tan heterogénea, aun dentro de lo cubano, como cambiante. Quien ha leído alguno de sus libros y sus colaboraciones como crítico o articulista en El Nuevo Herald sabe que no se trata de un autor más sino de un escritor de raza. Nótese que el dossier no incluye texto suyo, oportunidad que otros no hubieran desaprovechado: hay que celebrar esa reserva, rara entre nosotros.

Los puntos suspensivos situados al final de la lista de autores que algunos echaron de menos en el dossier, yo podría sustituirlos por un sinnúmero de nombres que tampoco figuran en él, y acabar viéndome obligado a apelar al mismo recurso ortográfico. Tengo a todos los ausentes que se me han mencionado por amigos; Félix Cruz-Álvarez, particularmente, es algo más: es casi un hermano mayor, y ha sido para mí, por su cultura y dominio de la poesía cubana y del verso, un maestro. Pero no creo que entre las "expectativas" del dossier haya estado ser exhaustivo. Hacer justicia a todos y cada uno de los escritores cubanos exiliados en Miami que han aportado algo de valor a las letras de su país es una hazaña ante la cual la palabra "dossier" sólo atina, perpleja, a mirar a ambos lados segura de que le están tomando el pelo.

Patria es el lugar donde están enterrados nuestros muertos, escribió Ernesto Sábato, y en ello precisamente radica parte del drama cubano: tener muertos enterrados en los lugares más diversos y distantes de la isla. Agustín Acosta, Juan J. Remos, Lydia Cabrera, Eugenio Florit, Enrique Labrador Ruiz, Carlos Montenegro, Lorenzo García Vega, Humberto Piñera Llero, las hermanas García Tudurí y otros están enterrados en Miami: sus nombres no faltan en este dossier. Su título, Cuba en Miami, tiene sentido.