¿Con ‘balas’ se vive bien en Cuba?

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“Asere, con balas [dinero] en Cuba se vive bien”, es la expresión de un joven que revende tarjetas de conexión wifi en el parque Córdova, en la barriada La Víbora, mientras habla con un amigo radicado en el extranjero, a través de la aplicación para videollamadas IMO.

El discurso oficial del gobierno cubano niega en sus estadísticas cualquier dato o cifra sobre ese creciente sector dentro de las generaciones más jóvenes, desempleados por cuenta propia, que se replantean un único objetivo de vida: “tener un buen gao [una casa], un chevi [un coche] y una entrada de ‘balas’ de mil ‘fulas’ semanales”.

Aunque este joven reconoce que revendiendo tarjetas de conexión wifi no lograría alcanzar su objetivo de vida, tampoco supo explicar cómo lograría obtener “sus balas” para llegar a vivir bien, en un país donde ser empleado del Estado resulta, en muchas ocasiones, la última opción para el sustento familiar.

La propia Central de Trabajadores de Cuba (CTC) admitió en julio pasado, durante las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), que los salarios cubanos eran insuficientes, y que esto conlleva “como resultado la apatía, el desinterés y una masiva migración laboral” hacia el sector privado que el gobierno insiste en llamar “cuentapropismo”.

Sin embargo, varias semanas más después, el 1 de agosto, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) emitía la Resolución 22/2017 que prohibía otorgar nuevas autorizaciones a veintisiete actividades privadas. Una Resolución que, a criterio de muchos cubanos, coartó las aspiraciones de tener un negocio propio, una independencia económica y por ende, una calidad de vida no regida por el fracaso de la política de la igualdad social que durante décadas defendió el gobierno en la Isla.

Para René Castillo, artista cubano radicado en Brasil, la pregunta importante es “cómo se obtienen las balas en Cuba: legal o ilegalmente”.

Vivir bien también incluye el estado moral del sujeto, sus aspiraciones dentro de la sociedad civil y su prestigio ante ella. Convicciones que resultan imposibles de alcanzar cuando vives, “casi obligatoriamente al margen de las leyes, y en paranoia constante porque sabes que vives con la mitad de tu cuerpo en prisión”.

En la Cuba actual, añade René Castillo, los jóvenes están obligados además a esa enajenación donde la única evasión posible es a través de un video clip, o en la ficción de un filme.

No pocos sociólogos indican sobre la alarmante tensión social que crece al constatar los cubanos que el Estado no acomete un plan integral urgente para estimular el despegue de la economía, mientras su discurso sigue erigido sobre las promesas históricas. La sociedad civil, señalan, está obligada a vivir del ingenio, la ilegalidad y la amoralidad para amañarse un plato de comida que llevar a la mesa.

“Pero también, dentro de esa olla de presión, están quienes no quieren disparar ni un chícharo y viven creyéndose la vida de los videos de reguetón”; cuestiona Emiliano, trabajador de una Unidad Empresarial Básica (UEB) de transporte y padre de cuatro hijos.

La descripción que relata este padre de familia, deja en evidencia el colapso que experimenta la sociedad cubana y el pesimismo de sus ciudadanos ante su devenir. En su opinión, el país “está tan malo que ni con ‘balas’ se puede vivir aquí”.

“El gobierno apretando ‘la cabilla’, todos vigilandonos, y los chamacos que no quieren estudiar ni usar condón, pero sí navajas o inyectores [armas de fuego artesanales] para seguir empantanados en la violencia”.

Mario González es cocinero en el ICRT, oficio que alterna con labores particulares de jardinería, vive en Alamar y tiene una hija de diez años. Dice no entender aquello de que “con balas en Cuba se vive bien”, pues considera que la realidad dice otra cosa bien distinta.

La posibilidad de abrir un negocio privado ya no representa una alternativa para vivir mejor “porque cuando el gobierno quiere, y siempre quiere, te acusa de alguna ilegalidad para dejarte en la calle y sin llavín”, fustiga este cocinero en franca referencia a las justificaciones del MTSS para implementar la Resolución 22/2017: el uso de materia prima y equipos de procedencia ilícita, el incumplimiento en los deberes tributarios y las subdeclaraciones de ingresos.

“Es decir, el problema del cubano es que siempre habla de la situación económica pero tiene miedo de hablar del problema político que la ocasiona”, añade.

‘A la bartola’

“Hoy se vive ‘a la bartola’ gracias a que el Socialismo nos enseñó la ciencia de la doble moral”; considera Aleja Nereida, maestra jubilada a quien la pensión apenas le alcanza para sostener una dieta sana en frutas y vegetales.

Convencida de que tener o no dinero no representa el problema real de Cuba, sino el costo moral que un individuo paga en su búsqueda, Aleja Nereida coincide en que vivir bien significa que el salario te permita ser un sujeto moral, con posibilidades de adquirir con ello el bienestar básico, y de tener voz y voto dentro de las políticas sociales de gobierno.

“Desafortunadamente, Cuba no tiene estos requisitos a disposición de sus ciudadanos. Con dinero o sin él, no vivimos moralmente bien aquí”, comenta.

El criterio de muchos adolescentes y jóvenes cubanos oscila en que mientras no se metan en política, no roben o vendan drogas, buscarse las balas, “a como dé lugar”, no debiera suponer ningún problema ante la ley. De hecho, ninguno de estos jóvenes y adolescentes cree que está violando ley alguna, y tampoco tienen la certeza de cómo podrían los cubanos obtener las balas sin que ello implique un problema político.

Entre los cubanos de a pie una cosa es “luchar” o “buscar las balas” y otra cosa es “meterse en una casa a robar o asaltar a alguien”. A un mismo tiempo, dentro de la sociedad, predomina la convicción de que ser empleado del Estado “es por gusto y para nada, pues las balas están en la calle”.

Como alega la abogada Alina Roque, en esa perspectiva se pone de manifiesto otro de los pilares que sostiene a la Revolución cubana: el eufemismo.

“Para el imaginario del cubano existen ilegalidades buenas e ilegalidades malas, lo que significa que el rasero moral pendula a conveniencia del individuo”. Una problemática que, sin dudas, ha convenido durante casi seis décadas a la agenda del gobierno en la Isla.

“El cubano de a pie vive bajo el eufemismo de que no roba, sino que lucha, raspa, sobrevive, jinetea. Incluso vive convencido de que robarle a Livorio [al Estado] está bien, mientras el propio Estado hace la vista gorda”.

Activista de la organización civil Todos Marchamos y fotógrafo de oficio, Claudio Fuentes argumenta que esta visión de la sociedad cubana, que tiene su mayor impacto entre el sector más joven, “es resultado de una generación que creció viendo a sus padres y abuelos vivir de la hipocresía y del fingimiento, de espaldas a la realidad política”.

No es prioridad para los cubanos conocer los mecanismos de represión y censura que priva a la sociedad civil de los más elementales derechos y libertades sociales, o de saber la significación intrínseca de Democracia para alcanzar su empoderamiento.

“Es imposible cuando el tiempo a duras penas alcanza en la búsqueda del sustento familiar, sin importar lo que suceda puertas afuera: comida, casa y ropa, es el incumplido sueño cubano”; afirma Claudio, e insiste en el ejemplo del sector privado en Cuba que, entre otras cosas, carece de personalidad jurídica.

“Los emprendedores cubanos son como una especie de empleados alegales, y aunque tienen niveles monetarios superiores al de cualquier empleado estatal, igualmente están sujetos a las restricciones del régimen... ni siquiera el dinero te permite vivir en la Isla”.