Reelecciones latinoamericanas, demostrativas de ausencia de líderes alternativos

Raúl Castro y Hugo Chávez, dos ejemplos del ejercicio del poder de manera permanente en América Latina.

Pero, lamentablemente para nuestro continente, a la permanentemente antidemocrática Cuba, cuyo régimen lleva en el poder más de 50 años, se añade la cuarta elección de Chávez.
La reelección de presidentes ha sido históricamente un tema constante en América Latina, y ahora se ha agudizado, pese a los obvios riesgos de abusos y a sus nocivas implicaciones para la democracia, publica este jueves el diario chileno El Mercurio.

La reciente victoria electoral de Hugo Chávez para continuar como presidente en Venezuela por otros seis años ha revivido en algunos mandatarios latinoamericanos sus ambiciones para postularse por un nuevo período, y esto se advierte más marcadamente en las izquierdas regionales.

Como una importante y loable excepción, el ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva ha sostenido que para la democracia la alternancia de poder es una conquista "de humanidad" que debe preservarse. "Por eso, yo mismo no quise un tercer mandato. Porque si lo hubiera hecho, hubiera querido un cuarto mandato, y después un quinto. Entonces, si lo quiero para mí, es quererlo para todos", afirma.

Pero, lamentablemente para nuestro continente, no toda la izquierda gobernante en América Latina piensa igual, agrega El Mercurio, y a la permanentemente antidemocrática Cuba, cuyo régimen lleva en el poder más de 50 años, se añade la cuarta elección de Chávez (1998, 2000, 2006 y 2012), y numerosos analistas de la región estiman que lo sucedido en Venezuela animaría a otros mandatarios a repostularse -aprovechando las obvias ventajas que brinda el control de poder-, lo que se ha patrocinado con fuerza por los gobiernos del ALBA, que incluye también a Nicaragua. En

Perú, país muy apegado al derecho, hay quienes impulsan a Nadine Heredia de Humala a reemplazar a su marido, y no necesita para ello reformar la Constitución, sino sólo una ley, con miras a aprobar la cual -según el parecer de algunos- negociaría con los fujimoristas a cambio del indulto al ex Presidente Fujimori.

En Ecuador la re-reelección de Rafael Correa parece perfectamente factible. En Bolivia, Evo Morales, bajo la nueva Constitución ad hoc de 2009, buscará reelegirse una vez más en 2014, pese a que el Tribunal Constitucional aún no se pronuncia. En Argentina, Cristina Fernández ha permitido que se plantee el tema de una reforma constitucional para acceder a un nuevo período, lo que temporalmente parece difuminado por las turbulencias políticas que acosan a la Mandataria, pero podría reemerger en cualquier momento.

La retención del poder por quienes ya lo ejercen ha adquirido mayor importancia, apartándose muy desafortunadamente del modelo de izquierda moderada o socialdemócrata cuyos presidentes finalizaron sus mandatos con alta popularidad, como, por ejemplo, Tabaré Vázquez en Uruguay, que bien habría podido intentar conseguir un nuevo período.

En cambio, México y Honduras prohibieron absolutamente las reelecciones en sus constituciones. Otros estados latinoamericanos las excluyen para períodos sucesivos, aunque las aceptan condicionadas a la elección de otro mandatario en un período intermedio.

En Perú, Argentina, Brasil y Colombia, los presidentes Fujimori, Menem, Cardoso y Uribe consiguieron reformar sus constituciones para presidir un segundo período, y, en Argentina, Kirchner modificó la Ley Fundamental para que pudiera sucederlo su cónyuge, con la implícita posibilidad de luego sucederla él a su vez, lo que su deceso impidió.

Las reelecciones son demostrativas de la ausencia de líderes alternativos y debilidad de las instituciones políticas, y amagan la alternancia en el poder, con las consabidas consecuencias de nepotismo, corrupción y desequilibrio en la separación de los poderes públicos.

En contrario, la elección de nuevos presidentes dinamiza la democracia y, en el curso del tiempo, suele favorecer el fortalecimiento de las relaciones entre los países, contribuyendo a dejar atrás circunstanciales discrepancias entre gobiernos o desavenencias personales entre jefes de Estado, concluye hoy El Mercurio.