Sumario
- "Casa que ya no es mía" no es sólo un libro: es un mapa de lo sustancial, una invitación a habitar lo imposible. Un poemario que, como la propia Cuba, se lleva para siempre en la sangre.
- Carlos Ramos Gutiérrez explora el exilio y la nostalgia a través de una poética visceral que refleja la pérdida y el desarraigo.
- La casa, como metáfora del destierro, se convierte en un símbolo de patria, infancia y memoria en la tradición literaria cubana.
Del exilio y la casa: un viaje poético.
Hay libros que se leen con los ojos, y hay otros que duelen en los huesos. ‘Casa que ya no es mía’, del poeta cubano Carlos Ramos Gutiérrez, pertenece a esta última estirpe: la de los poemarios que, como los puñales de la memoria, nos atraviesan con la nostalgia y la certeza de la pérdida. A la manera de poetas, que han hecho del exilio y del desarraigo una poética visceral, Ramos Gutiérrez nos invita a recorrer las estancias de una casa ausente, donde la imprudencia es la única inquilina fiel.
La casa como metáfora del destierro.
En la tradición literaria cubana, la casa es mucho más que un espacio físico: es refugio, es patria, es infancia, es madre. Lo he ha recordado en tantas crónicas y novelas, donde la casa perdida es símbolo y herida. Ramos Gutiérrez, en su poemario, retoma esta línea y la lleva a un territorio íntimo, casi secreto, donde cada verso es una llave oxidada que intenta abrir las puertas cerradas del recuerdo.
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Casa que ya no es mía, de Carlos Ramos Gutiérrez
Habitaciones que ya no responden / al eco de mi nombre ventanas / que no reconocen mi sombra / y un patio donde no crecen, / sino caen, los jazmines.
La voz poética de Ramos Gutiérrez es la de un exiliado perpetuo: no hay regreso posible, porque la casa, más que espacio, es tiempo irrecuperable.
La memoria como resistencia.
Portada de "Casa que ya no es mía", de Carlos Ramos Gutiérrez.
Al igual que otros poetas de la resistencia cubana, que escriben “para que no les olviden, para no olvidarme”, Carlos Ramos Gutiérrez convierte la memoria en acto de resistencia. Sus poemas están poblados de imágenes domésticas –el olor del café, la mesa vacía, el demorado paso de los abuelos– que funcionan como amuletos contra el olvido. La poesía, entonces, se vuelve un ritual cotidiano para reconstruir, aunque sea en palabras, esa casa que la intra historia y el exilio han desmoronado.
Lenguaje y cadencia: la herencia.
El estilo de Ramos Gutiérrez bebe de la musicalidad y la sensualidad del lenguaje cubano, con esa cadencia melancólica que tanto me recuerda a mí misma en mi mejor juventud. Sus poemas no buscan la grandilocuencia, sino el susurro; no pretenden gritar la decadencia, sino dejarla caer despacio, como la luz de la tarde en un portal habanero. La voz es íntima, cercana, a veces irónica, siempre translúcida.
El exilio como destino compartido.
En ‘Casa que ya no es mía’, el lector no se encuentra en solitario. Como en la obra de tantos poetas cubanos, el exilio no es únicamente una experiencia individual, sino una herida colectiva que atraviesa generaciones. Los poemas de Ramos Gutiérrez dialogan con los ausentes, con los que se quedaron y los que partieron, con los que sueñan el regreso y los que ya no pueden soñar.
Una casa hecha de palabras.
Quizá ese sea el mayor logro del poemario: construir, a partir del despojo, una casa nueva –de versos, de recuerdos, de silencios, de amor. Porque si algo nos enseña la literatura cubana exiliada -la única verdadera- es que, aunque la patria se pierda, aunque la casa se desvanezca, siempre nos queda la palabra. Y en ese territorio, Carlos Ramos Gutiérrez es un arquitecto feroz y delicado, fiel heredero del linaje de Dulce María Loynaz.
"Casa que ya no es mía" no es sólo un libro: es un mapa de lo sustancial, una invitación a habitar lo imposible. Un poemario que, como la propia Cuba, se lleva para siempre en la sangre.