Alicia Alonso bailó para Batista, para Castro y ahora quiere bailar en Miami

Programa de mano de la gala de Alicia Alonso para Batista, en 1955.

Lo tiene todo: poder, prensa y un séquito que rinde seguridad. Próxima a cumplir 95 años, le han puesto su nombre al Gran Teatro de La Habana.

La anciana está pletórica. A punto de cumplir 95 años toma aviones trasatlánticos, ofrece entrevistas y disfruta de que, en vida, pongan su nombre a un teatro, al Gran Teatro de La Habana. Que le concedan ese deseo en vida ha sido lo más grande para ella, según comentó al diario madrileño ABC. No es usual esos honores antes del deceso.

Alicia Alonso, no obstante, se lo ha ganado. Su labor como embajadora cultural y política de la llamada "revolución" no ha sido poca cosa. La dama de hierro de la gran compañía danzaria ha esquivado, a su manera, el tema de la deserción, que se produce desde tiempos tan lejanos como cuando se exilió su pareja en la escena, Jorge Esquivel.

Cuentan que la prima ballerina assoluta enfureció pero, como lápida, esos temas quedaron sepultados en los ambientes del Ballet Nacional de Cuba de cara a la prensa. También fue escandaloso el freno a figuras sobresalientes como las cuatro joyas (Loipa Araujo, Aurora Bosh, Mirta Pla y Josefina Méndez) y otras talentosas que vinieron después. La única, la absoluta, tendría que ser ella, hasta retirarse de los escenarios siendo una anciana.

El orden interior de la compañía nunca fue tela de juicio de las autoridades máximas de la isla. Mientras una figura de talla mundial como ella siguiera al lado de la "revolución", dentro podía ocurrir cualquier cosa, incluyendo el acoso profesional.

Programa de mano de la gala de Alicia Alonso para Batista, en 1955.

La casona de la calle Calzada, en El Vedado, de estilo colonial y patio interior cálido, es una de las pocas de esa época que quedan en pie y, además, bien conservadas. Con excepción de las que el historiador Eusebio Leal señalara con un dedo para la conservación, esta sede del Ballet Nacional está ubicada, "casualmente", al lado del antiguo Auditorium (hoy Teatro Amadeo Roldán), el gran coliseo donde Alicia Alonso bailó para Batista como homenaje a la toma de posesión del presidente, el 25 de febrero de 1955. Luego, ya en la "revolución", el teatro fue incendiado –estuvo años en ruinas– pero la sede del ballet se salvó.

Todo un símbolo que esto haya ocurrido con una persona intocable. Como también es simbólico que el antiguo Teatro Tacón (por donde pasaron figuras de la talla de Caruso y Sarah Bernhardt) finalmente se nombre Alicia Alonso.

Nadie pone en duda su talento sobre el escenario, así como el amplio poder creativo y técnico de una de las mejores Giselle que ha tenido el mundo. Sin embargo, su mano de hierro, su tiranía aupada por Fidel Castro ha sido el peor lado de la artista. La prensa española, encantada con su presencia en la península, es dada a reseñar la entereza de esta mujer que también puso nombre a una cátedra en la Universidad Complutense de Madrid. Allí la respetan y no la presionan demasiado cuando pierde la memoria hablando de Miami, como si fuera un destino más. Todo el mundo sabe que en esa ciudad del sur de la Florida está resumido el dolor de tantos años de exilio, entre los que se cuentan bailarines que, en su día, se vieron obligados a escapar.

Aunque el Ballet Nacional de Cuba ofrece la ventaja de viajar, los pagos son miserables y nada de acuerdo con el talento. La "revolución", no obstante, se siente acreedora de ese talento. Craso error. El talento tiene alas.

Alicia Alonso disfruta del poder como el camaleón que se ajusta, convenientemente, a la superficie. Si llega a los 100 años es muy posible que quiera bailar en su propio teatro. ¡Cualquiera se interpone en su camino!