Desde la finca el espía pide más

René González (c), uno de los cinco cubanos condenados en Estados Unidos por espionaje.

Las noticias de los lunes suelen ser poco halagüeñas, es por ello que me arriesgo y en lugar de escribir una historia, prefiero compartir un chisme que si no informa, entretiene.

Seguramente recuerdan el conjuro de aquel mago que para fiestas pioneriles al calor de una fogata, antes de meter la mano en su sombrero de copa, de donde luego sacaba una replica pequeña de la insignia nacional, se persignaba y decía “Lo que hasta hoy un pañuelo era, que se convierta en bandera”

Pues bien, resulta que hace unos días, mientras La Habana continúa su lamentable bregar de prostitutas demacradas, delincuentes con decoro, pobres intelectualizados, dirigentes trastornados, empresarios que logran triunfar vendiendo espejitos robados, e izquierdistas que defienden imágenes gastadas al fragor del Chivas Regal; un amigo me llamó en tono conspirativo para decirme que René González Sehewert, el conocido ex convicto integrante de la banda “Las Avispas 5 u 4”, cometió la indiscreción de manifestar su molestia, porque a su entender, en Cuba no se le ha brindado el tratamiento merecido.

¿Por qué creer? – pregunto yo - Es cierto que, de tanto mentir, quien practica el espionaje desarrolla un constante conflicto con la palabra lealtad; pero también es cierto que el 29 de diciembre de 2001, la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba otorgó en sesión especial el título honorífico de Héroe de la República de Cuba a Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando y René González.

Le presté oído a la historia, entonces me contó que el avispón René González, en un acto de absoluta incoherencia debido a su conocida condición legal, le escribió al General Raúl Castro; y este en respuesta, en lugar de enviarle un psiquiatra, le mandó como emisario a un funcionario (miope, tímido e impopular) del Ministerio de Relaciones Exteriores, organismo conocido porque además de hacer notas de prensa, gasta su tiempo y dinero en realizar papiroflexias.

El soplón, y el enviado, olvidando el viejo refrán “Lo que intentes ocultar, siempre es visible para otros”, se fueron lejos a cenar y terminaron en La Finca, un súper exclusivo restaurant, ubicado en el antiguo reparto Biltmore, hoy Siboney del municipio Playa.

De entrada pidieron crema de aguacate; y de segundo, hígado de oca a la plancha en salsa de higos y frambuesas.

Este refugio gastronómico, por cierto muy aparatoso, en su estructura no incluye carta de precios, esa se las debo; pero es lógico creer que a la gente con gustos foráneos y tan poco proletarios se le estropeen los ideales por problemas emocionales.

Pues bien, parece que algo saturado por la situación nacional, hasta el espía desea que Dios lance sobre la isla un haz de luz que sea capaz de romper el hechizo del viejo y monótono ciclo “Despertar, dormir, morir”; o en su defecto que le premie sacándole de la sencillez al lujo excéntrico y palaciego. ¿Será que todos los espías terminan un tanto dislocados?

Toda una fábula, difícil de digerir, pero me aseguran que a través de este emisario, René le pidió al General, la posibilidad de un trabajo en cualquiera de las embajadas de Cuba en Argentina, Bolivia, Venezuela o Ecuador. Países a donde se ofrece viajar de incógnito, armado de sus principios y como equipaje, su entredicha ética.

Después del postre, pero antes del café, poniendo cara de guasa y mirada de lisonja, René alegó que como los astronautas y los médicos de urgencia, los “agentes” también necesitan tiempo de descompresión.

Aún no pude comprobar la veracidad de esta historia; pero me hizo recordar lo que un día se escribió para satirizar el manual de la extinta KGB: “Los espías y delincuentes comparten esa fría integridad de poder vender a sus madres con tal de obtener recompensa”.