Conflicto en Corea o la tijera editorial del régimen cubano

Corea del Norte y Cuba

Si el gordo de Pyongyang fuese de derecha, como Augusto Pinochet, allá va eso. A esta hora, ya se hubieran efectuados enérgicas marchas en La Habana.
Los pichones de autócratas son impredecibles. Cargan en su espalda la herencia terrible de sus predecesores. Y para no desentonar o parecer flojos suben la parada.

Y se comportan como el peor chico de la clase. Además de dar un golpe de autoridad encima de la mesa, envían un mensaje breve a los camaradas, guatacas y sus cautivos ciudadanos: “Soy un Sung, no lo olviden”.

Una de las tantas lecciones del actual conflicto entre la dos Corea es el silencio cómplice de sus adláteres y amigos secretos en este lado del Atlántico.

La prensa oficial cubana nunca levantó la voz para denunciar el terrorismo de Estado de Pyongyang. En Cuba fue mentira el millón de muertos causados por la hambruna en Corea del Norte en la década del 90.

Un habanero o un camagüeyano desconocen los campos de concentraciones que existen en ese estado gamberro. También las extravagancias y lujos que se gastan los tiranos asiáticos.

No se público una línea que explicara por qué los servicios secretos norcoreanos secuestraron ciudadanos japoneses. Volaron aviones en pleno vuelo. O solo por complacer el ego del padre del actual aprendiz de dictador, se retuvo a la fuerza a un director de cine sudcoreano para que escribiera un guión sobre la epopeya fastuosa de la ideología Juche.

Para el cubano de a pie lo que sucede en el paralelo 38 es una burda intromisión de Estados Unidos a la soberanía del pacífico pueblo de Kim Il Sung. El rechoncho nieto alista su arsenal nuclear por una maniobra mixta de fuerzas gringas y sudcoreanas en sus costas.

Las noticias de Corea del Norte se editan con tijera grande. Forman parte de una ley del silencio y ‘solidaridad’ a pruebas de bombas atómicas que se fragua entre tiranos, caudillos e izquierdosos cavernarios.

Es como una secta. Una cofradía. Se defienden unos a otros. La única premisa es odiar a los Estados Unidos. Ser públicamente antimperialistas. Hay un viejo refrán que cobra vida entre autócratas: el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Por eso el canal TeleSur, fundado por los petrodólares de Hugo Chávez, hace piruetas para disfrazar las noticias que llegan desde la península coreana. O el presidente encargado Nicolás Maduro, en el Foro de Sao Paulo efectuado en Caracas, a lo más que se atrevió fue a promulgar la paz y expresar que estaba en contra de todas las armas nucleares.

Esas políticas informativas indignas, solo por no disgustar a sus compadres o socios ideológicos, integran la colección de trucos de una izquierda que nos quieren vender bajo el rótulo del Siglo 21.

Actúan como el comunismo de siempre. Aquél que se desgarraba la vestidura y juraba lealtad al camarada Stalin. Son tan ciegos como los intelectuales del mundo occidental que recorrían en tren la Rusia profunda y nunca observaban la pobreza o exterminio de campesinos en nombre del progreso.

El silencio cómplice es uno de los grandes pecados capitales de la izquierda mundial. Si el gordo de Pyongyang fuese de derecha, como Augusto Pinochet, allá va eso. A esta hora, ya se hubieran efectuados enérgicas marchas en La Habana.

Los trovadores oficiales hubieran desenfundado sus guitarras y hubiesen compuesto himnos y baladas conmovedoras. En la parilla editorial, los amanuenses colocarían encendidas proclamas, condenando la brutalidad del ‘fascismo coreano’.

Pero si se odia al imperialismo yanqui y juntos viajan en el mismo buque, todo se perdona. Los crímenes, amenazas nucleares y la estrafalaria forma de subyugar a un pueblo. Es la maldita dicotomía política que obliga a la izquierda de América a callar desmanes de sus compañeros de equipo.

Y lo peor. A edulcorar las noticias que llegan desde Corea del Norte.

Publicado en Diario Las Américas el 4 de abril del 2013