Llaman “carniceros” a médicos ghaneses graduados en Cuba

La ELAM, cerca de la playa de Baracoa, al oeste de La Habana.

Estudiantes enviados a la isla son matriculados en la ELAM por cortesía protocolar, sin comprobar su idoneidad para la carrera.
A través de los años numerosos testimonios agradecidos han confirmado la calidad humana de los médicos y trabajadores de la salud cubanos, tanto en su país como en las misiones en el extranjero a las que les envía su gobierno, con el doble propósito de hacer su “diplomacia de batas blancas” e ingresar miles de millones de dólares, aun a costa de despojar de sus servicios a los pacientes cubanos.

Sin embargo, hoy por hoy no puede decirse lo mismo de su calidad profesional. En ese departamento, tanto cubanos como extranjeros graduados de medicina en la isla han estado cada vez más bajo la lupa en años recientes.

Colegios médicos de países como Chile y Costa Rica han reportado las bajas calificaciones obtenidas en sus pruebas de revalidación por galenos que estudiaron en la isla. También, deficiencias y ausencias fundamentales detectadas en los programas de estudio de la Escuela Latinoamericana de Medicina, ELAM.

Desde la isla, algunos estudiantes extranjeros se han quejado del limitado acceso a internet que reciben en la institución (40 minutos en la censurada Intranet) mientras estudian una ciencia en la que “se hacen en un año más adiciones y modificaciones que lo que una persona puede aprender en toda su vida”.

Ahora sale a la luz otro factor que podría estar influyendo en los cuestionables resultados: la selección por cualidades políticas de los extranjeros que matriculan en la ELAM.

“¿Podemos los ghaneses confiar nuestras vidas a médicos entrenados en Cuba?”, se titula un artículo colgado en el portal Ghana Web que llama “carniceros” a doctores que ejercen en ese país y que se graduaron en Cuba tras ser escogidos “en una selección de favores nepotistas basada en colores partidistas”.

Entre los enviados --señala el artículo-- se escoge a personas leales al partido gobernante, sin noción alguna de ciencias anatómicas o biológicas, incluso sirvientas y peluqueras de la más baja escolaridad que son empujadas a pasar un curso para convertirse en médicos en las instituciones docentes cubanas.

Precisa que en estas últimas, por otra parte, se les matricula como cuestión de cortesía protocolar y sin comprobar su idoneidad para la carrera.

El articulista, Adreba Kwaku, cita lo sucedido a un tío suyo que entró en el hospital local Sefwi Wiawso para operarse de una hernia y salió en un ataúd, tras ser intervenido por un cirujano formado en Cuba. Agrega que ha habido casos similares en toda Ghana, y cita otro caso de una joven que denunció en la radio local cómo otro doctor formado en la isla caribeña le practicó innecesariamente una histerectomía, privándola de la posibilidad de tener hijos.

Kwaku se queja de que el gobierno de John Mahama ha hecho creer a los ghaneses que el costo de formar un médico en Cuba es de 5.000 dólares, pero asegura que en realidad el país africano abona al gobierno cubano 50.000 dólares por cada estudiante de medicina entrenado en la isla. Y se pregunta: “¿no sería más prudente invertir en ampliar los centros de formación situados en nuestros hospitales docentes, para producir más médicos nacionales, en un proceso de selección más competitivo?

Termina diciendo el autor que los estudios de medicina no deberían ser una cuestión de conveniencia, sino ofrecerse a personas, con cualidades mentales superiores, y mucha devoción, dedicación y espíritu de sacrificio.