La isla de los pescadores furtivos

Los pescadores cubanos "de orilla" sufren confiscaciones de sus capturas, avíos y "corchos", así como elevadas multas.

El gobierno de Raúl Castro no ha eliminado una absurda prohibición decretada por su hermano: la de que un cubano pueda pescar cerca de la costa.
“Si quieren comer que coman moringa, que el pescado no alcanza para todos”, me dijo en tono jocoso el director del semanario Primavera Digital, Juan González Febles, tratando de meterse en la mente de Fidel Castro, pescador submarino él mismo en su juventud, pero que decretó a fines de los años 90 una absurda prohibición a los cubanos de pescar en las aguas del extenso litoral de la isla.

No es sólo el pescado: en un país que tiene que importar hasta el 80 por ciento de los alimentos, a los cubanos de a pie el gobierno “les pone en China” el consumo de la necesaria proteína animal: desde el alto precio de la legal --y por temporadas incapturable-- carne de cerdo, hasta la persecución contra la venta ilegal de carne de res (la venta legal no existe); y para rematar, la prohibición de pescar en las costas, que se encargan de hacer cumplir las Tropas Guardafronteras.

Ese cuerpo militar acaba de informar los resultados de su gestión represiva en lo que va de año, y la cifra de los que se rebelan contra la absurda medida va en aumento: mil 94 ciudadanos fueron reprimidos desde el primero de enero al 31 de agosto de 2012, de ellos, 282 pescadores submarinos ilegales. Más –precisa el informe-- que en el mismo período del año pasado.

La información rebotada por los medios oficiales revela al mismo tiempo el extremismo de la represión y la recursividad de los cubanos para agenciarse medios de vida.

En el mencionado lapso fueron confiscados avíos de pesca que incluían 51 mil 273 metros de red, dos mil 171 metros de trasmallo y mil 340 metros de palangre.

También, mil 820 metros de chinchorro, 90 nasas, 166 pares de patas de rana, 137 snorkels, 289 caretas y 166 escopetas de pesca.

Y por supuesto, las capturas y las balsas (popularmente llamadas “corchos”) en que se hacen a la mar los pescadores furtivos, también fueron decomisadas: más de 737 kilogramos de quelonios; más de tres mil 900 kilos de langosta, dos mil 782 kilogramos de pescado, y 429 "artilugios", definidos como “medios navales rústicos sin motor”.

Acerca de la guerra interminable entre los llamados “corcheros” y el Estado del Hortelano ha escrito en Cubanet el periodista independiente Frank Correa, quien reside en Jaimanitas, un pueblo de pescadores furtivos no muy lejos del búnker de Fidel Castro, en el oeste de La Habana.

Explica Correa que los "corcheros", cuyo patronímico les viene del material de poliespuma con que construyen sus rústicos botes o “corchos”, son miles de pescadores de toda Cuba, que intentan dar sustento a sus familias con las riquezas del mar. Algunos separan una parte de la captura para venederla, pero la mayoría pesca para comer.

Recuerda el autor que siempre han existido, pero que desde la llegada del período especial en los 90 su número creció, a tal el punto que el Consejo de Estado emitió un decreto-ley prohibiendo la pesca en embarcaciones rústicas, que contempla el decomiso del corcho, la incautación de avíos y herramientas, y la imposición de multas.

En un operativo típico de recogida de botes que describía el colega a fines del 2011, hubo 27 corchos incautados, confiscación del pescado y los avíos, multas de hasta mil pesos, y multas adicionales por “falta de respeto a la autoridad”, cuando algunos corcheros intentaron reclamar sus derechos.

Nilo Ruiz --un pescador de Santa Fé, el siguiente pueblo saliendo de La Habana por la carretera del Mariel-- ha querido agremiar a los corcheros y propone pagar un impuesto al Estado para que les dejen pescar. Argumenta que es una tradición de los pueblos costeros de todo el país, y que da sustento a muchas familias. Ha solicitado en numerosas ocasiones reunirse con las autoridades. Jamás recibió respuesta.

Antiguamente los pescadores podían solicitar licencias de pesca, pero Correa me dijo vía telefónica que ya no se expiden, y que los pescadores viejos que todavía las tienen han ido perdiendo sus embarcaciones, pues ya no hay donde carenarlas y repararlas.

Lo indignante del caso es que la prohibición de pescar funciona según la ley del embudo que rige tantos aspectos de la vida en Cuba: ancho para los de arriba; estrecho para los de abajo.

Escribe el colaborador de Cubanet que un fabricante de corchos y pescador de Jaimanitas conocido como Mayo, le escribió a José Ramón Machado Ventura, vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Aunque los demás corcheros no creen que el dirigente vaya a hacer algo por ellos, Mayo tiene esperanzas. Señala Correa que él siempre habla de una vez que le sirvió de guía a Machado Ventura en una pesquería e hicieron muy buena pesca.

Tal vez justamente porque la ley no es pareja, los corcheros insisten en desafiar a estos tiburones de tierra que se mojan, pero no salpican. Según me dice el colega de Jaimanitas, “a la gente le quitan el corcho hoy, y mañana fabrican otro y vuelven a salir por otro lado”.

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Frank Correa habla desde Jaimanitas sobre la guerra entre los "corcheros" y el Estado