Palmira, la raspadura y las mujeres bonitas

Palmira

Crónica de lo que pasa en la clase de un profesor cubano en la Universidad de Guayaquil.
Más de 20 instructores cubanos “importó” la Universidad de Guayaquil, en Ecuador, a través de su Vicerrectorado académico, para que capaciten a los profesores de esa entidad en un curso de tutorías para dirigir tesis de grado.

La decisión ha generado descontento en el profesorado de esa institución, por tres razones fundamentales. La primera, porque no fueron consultados, y los obligan a asistir casi obligados a las capacitaciones, al mejor estilo cubano. La segunda, porque el contenido del curso no responde al tema por el que fueron convocados, y, con bastante frecuencia advierten aspectos de adoctrinamiento político. Y la tercera, los sueldos. La universidad desembolsa a los profesores cubanos alrededor de USD 1.600 dólares, mientras que los ecuatorianos sólo reciben $800.

Un profesor de la Universidad de Guayaquil, quien fue obligado a asistir a estos cursos y que prefirió el anonimato por temor a represalias, dijo a esta fuente de noticias: “Los profesores cubanos lo que dan es cursos de metodología de investigación, repitiendo mal el libro de Mario Bunge, y de cuando en cuando señalando aspectos de adoctrinamiento”.

El experimentado académico (un liberal que sobrevive entre los vaivenes de profesores de la vieja izquierda de esa universidad), añade: “Se ha desconocido a los instructores que tiene el país, que están mejor capacitados que los cubanos ‘importados’. Estos desconocen la realidad ecuatoriana y en ningún momento asumen los campos problemáticos que les plantean los cursillistas”.

Uno de los instructores cubanos es Raúl López, quien es primera vez que visita Ecuador y pide disculpas a sus alumnos por si llega a hablar “muy rápido”. López, en una de sus primeras sesiones, pregunta a los asistentes cuántos profesores están inscritos en su curso, regaña a uno de ellos por estar interrumpiendo la clase y le dice que se comporte como “un profesional”. “Esto no se trata de dictar sino de compartir”, aclara López, “ustedes tienen mucho que enseñarme a mí y yo tengo mucho que enseñarles a ustedes”. Continúa su dinámica. “Propónganme, propónganme, yo siempre he dicho que los alumnos son los protagonistas del proceso de enseñanza. Hay quienes ya no están para perder el tiempo, entonces vienen y seleccionan lo que quieren aprender”.

Eso que algunos de sus alumnos “seleccionan” para aprender, a veces parece estar más cerca de una clase en la Escuela superior del Partido “Ñico López”, de Cuba, dirigida más a los viejos cuadros a las órdenes del combate político-ideológico, que a veteranos docentes ecuatorianos a punto de la jubilación.

El instructor Raúl López (sin parentesco, a saber, con Ñico, el que le da nombre a la Escuela superior), decide relatar a sus oyentes la génesis de su nombre. “Cuando uno nace no escoge el nombre, se lo ponen los padres. Generalmente uno no se lo cambia, porque cuesta mucho y porque la burocracia es un fenómeno”. Hace una pausa y dice: “Si hablo muy rápido me lo dicen, si no entienden algunas palabras les pido disculpas, yo ya sé algunas de ustedes, pero es primera vez que estoy en el Ecuador”.

“Cuando yo nací -continúa- mis padres deciden ponerme Raúl, en ese entonces Cuba era muy machista, ya no, ahora está muy desarrollado el feminismo (…) Por eso es que me llamo Raúl. Soy de un municipio de la provincia de Cienfuegos, Palmira. Palmira es conocida por tres cosas fundamentales: por la raspadura (¿ustedes saben aquí qué es la raspadura?), por la brujería y por tener mujeres bonitas”.

“Ahí pasé mi primaria, hice mi secundaria, el pre. (En la época mía se hacía en el campo, por la vinculación del estudio con el trabajo)”. Y se despacha contando que hizo la universidad en Santa Clara, hace una pequeña disquisición sobre la división geopolítica cubana, habla de las marcadas diferencias entre La Habana y Santiago, de su licenciatura en Educación (énfasis en Matemáticas) y, de tanto esforzarse, le arranca un bostezo a su auditorio.

Semejante “teque” precipita sin remedio a sus alumnos-profesores en las fauces de un tedio irrevocable, pero el timbre de un celular salva la campana. Hasta la próxima clase, profe Raúl, el de Palmira, la tierra de la raspadura, la brujería y las mujeres bonitas.

A la salida, algunos de los profesores que asistieron a la clase de Raúl, aprendieron de todo menos a dirigir una tesis. ¡Que llamen a Umberto Eco a la Universidad de Bologna, a ver si nos cuenta cómo se le ocurrió escribir El nombre de la rosa!. Mientras tanto, centenares de docentes de la Universidad de Guayaquil se preguntan por qué no trajeron mejor a instructores mexicanos, chilenos y argentinos, que pueden aportar mucho más a la educación superior de su país. Y además les ahorran los “teques”.