A la distancia de un clic

Casa de Licet Zamora en Santa Clara luego de un acto de repudio

Los insultos y las groserías abren el espectáculo y a medida que pasa el tiempo las piedras, los palos, los excrementos, el asfalto derretido o chapapote
Los traen en ómnibus estatales y los dejan frente a la casa que le asigne el G-2 o policía política cubana. Comienza el espectáculo dantesco que convierte de pronto a esos hombres y mujeres ‘elegidos para repudiar’ en seres irracionales que transitan entre la violencia verbal y física por horas. Casi siempre son individuos de otras zonas de la ciudad que reciben la orden-sugerencia de realizar un acto de repudio a familias que ni siquiera conocen o simplemente son vecinos ‘cederistas destacados’ que viven en la misma calle y se prestan para obedecer ante la orden del innombrable.

Los insultos y las groserías abren el espectáculo y a medida que pasa el tiempo las piedras, los palos, los excrementos, el asfalto derretido o chapapote como le dicen en Cuba comienzan a impactarse sobre las paredes y el techo de la casa elegida para el repudio. Siempre esos actos son presenciados por policías uniformados y por agentes de la policía secreta vestidos de ropa civil para pasar inadvertidos dentro de la turba que agrede y repudia.

Esa manera de enfrentar a cubanos contra cubano en mi país no es moderna, data de décadas y bien pudiera recopilarse una antología con hechos de este tipo pero a diferencia del pasado en que la víctima solo contaba con su palabra para contarlo, hoy existen otras formas para evidenciarlo.

Hay fotos y pequeños videos caseros donde los rostros de la ignominia circulan por todas partes. Algunos de esos “cederistas destacados’ viajan al exterior para pasarse días de visita en Estado Unidos o España y luego regresan a Cuba y casi acabados de bajarse del avión se suman a repudiar a una quien le jefe les ordene. Otros de esos personajes esperan la visa de reclamación familiar para emigrar a los Estados Unidos definitivamente, pero mientras llegan los documentos legales se hacen ‘los revolucionarios” y gritan consignas contra el país al que unos meses después irán a vivir o del que unas horas atrás acabaron de llegar cargados de objetos, ropas y dinero que adquirieron en los viajes que la propia oficina de intereses de Estados Unidos en La Habana les aprobó.

Ninguno de ellos piensa ni por un momento que eso puede cambiar y no se preocupan por un instante en qué respuestas van a dar ante el tribunal de la verdad. Están a la distancia de un clic. Sus rostros atraviesan la frontera transparente y se ubican en esta franja infinita que es la internet de donde nadie los podrá borrar.