Marilyn, ese rubio objeto del deseo

Fans de Marilyn Monroe depositan flores, imágenes y otros artículos, el 5 de agosto de 2012, donde se encuentran los restos de la artista, en Westwood, Los Ángeles, California (EEUU).

Cuba también recuerda los 50 años de la muerte de la actriz estadounidense con una muestra en la Cinemateca.
Después de que muchos críticos cinematográficos “serios” (Mario Rodríguez Alemán y Rolando Pérez Betancourt, entre ellos) la menospreciaran como una actriz frívola y decadente, ahora Cuba se suma a los eventos que recuerdan el trabajo de la actriz norteamericana, y sex symbol por excelencia, Marilyn Monroe, en los 50 años de la muerte de la actriz.

Marilyn (junio de 1926-agosto de 1962) está siendo homenajeada en la isla, con una retrospectiva de películas y documentales, así como una exposición de 30 fotografías inéditas de la actriz.

En la Cinemateca de Cuba, con el rótulo “Marilyn, el mito”, son expuestas las imágenes de la estrella del cine. En la sala Charlot, se efectuó un coloquio en el que críticos, intelectuales y cineastas evocaron su vida. La exposición se efectuará hasta el 31 de agosto, y se podrán ver filmes como: Algunos prefieren quemarse, La adorable pecadora, Cómo casarse con un millonario y El príncipe y la corista.

La Cinemateca aprovecha la reserva de rollos que tiene en su poder, que han logrado conservarse de la “erosión histórica” y que llegaban a Cuba casi en el momento mismo de su estreno en EE.UU., desde la época dorada del cine de Hollywood.

Cuando Marilyn Monroe murió tenía el límite de edad justo para seguir cantando Los diamantes son el mejor amigo de una chica. O para hacer el bailecito sensual, con vestido largo, que ejecutó en El príncipe y la corista: 36 años. El haber muerto tan joven la dotó para siempre del aura de belleza y sensualidad que la siguen viendo aún -a cincuenta años de su muerte- una de las mujeres más deseadas de la historia del cine. Si viviera hoy, Marilyn tendría 86 años, una anciana. Pero por suerte no tuvo que sufrir ella las humillaciones que trae aparejadas el paso del tiempo, como sí le ocurrió a otras estrellas, como Elizabeth Taylor (temida rival, en una época) que sobrellevó, con poco decoro, el alejamiento de la juventud.

Pero Marilyn, no nos engañemos, no era Jessica Tandy. Por lo que es muy difícil que hubiera tenido papeles dignos en edad avanzada, como el caso de Tandy, quien dignificó a Miss Daisy al lado de su chofer, míster Freeman.

Marilyn Monroe, verdadero nombre: Norma Jean Baker, o Mortenson, ¿qué nos importa eso ahora?, nació el 1 de junio de 1926, en Los Ángeles. Fue Ben Lyon, descubridor de estrellas, quien la conminó a ponerse el Marilyn, como homenaje a Marilyn Miller, celebridad teatral. Y aunque al principio no le gustó de a mucho, con Marilyn se quedaría desde 1946, el año en que empezó su gloria.

Marilyn Monroe pudo haber suscrito aquello de “En ocasiones tengo la tentación de ser una dama… Menos mal que se me pasa rápido”, expresado por Mae West, otra luminaria. Pero la verdad es que ella no tuvo nunca la necesidad de convertirse nunca en una dama, porque era la encarnación misma del deseo femenino; el paradigma al que miles de mujeres en el mundo querían imitar, sobre todo aquellas secretarias de clase media que soñaban ardientemente con pasar de patito feo, a la condición de sex symbol absoluto.

Aunque eso de que fuera una dama se lo reclamó alguna vez la actriz Joan Crawford, después de haber visto la publicidad de Niágara, el filme de 1953, impregnada de erotismo. Crawford, en una carta abierta publicada en la revista Motion Picture, le manda un recadito: “A Marilyn Monroe deberían informarle que su publicidad está yendo demasiado lejos. Y, aparentemente, ella está cometiendo el error de creerla. Alguien debería abrirle los ojos. Al público le gusta saber que bajo el atractivo sexual debe estar, siempre, una dama”. Lo que respondió Marilyn fue: “Vivo como quiero”. Fin de la polémica. Ese mismo año, 1953, apareció también en Los caballeros las prefieren rubias y Cómo casarse con un millonario.

Guillermo Cabrera Infante escribió en su libro Cine o sardina: “Nadie llora ya a Marilyn Monroe, excepto tal vez Joe Di Maggio, pero todos la evocamos, como la luna de ayer”. Para Guillermo, que fue alguna vez G. Caín, “no otra cosa que una sombra fue y será Marilyn Monroe para todos”. Puede que tenga mucha razón Cabrera Infante, pero esa sombra enamorada parece estar más viva que nunca, cincuenta años después de haberse esfumado.

El año pasado, sin ir más lejos, la actriz Michelle Williams quiso ser esa sombra (lo fue espléndidamente), y de la mano de Simon Curtis se metió en su piel, en Mi semana con Marilyn. Allí se recrea un episodio de 1956, cuando una muy joven Marilyn llegó a Inglaterra, para trabajar al lado de Sir Laurence Olivier, en El príncipe y la corista. En la recreación de Curtis mantiene un romance fugaz con un asistente de producción, que asiste embelesado al espectáculo de su fragilidad.

El affaire dura lo que la película de Curtis, pero nuestro romance con la Marilyn de verdad (que es decir, la de mentira) dura lo que el mito, que es decir la eternidad. Sin importarnos realmente los aspectos más sórdidos de su vida (revelados en su momento por Norman Mailer), o si se suicidó o la mandaron a matar, si tenía mal aliento, su niñez fue desdichada, o era adicta a los barbitúricos.

Marilyn era ya una celebridad cuando hizo filmes como: Los caballeros las prefieren rubias y Cómo casarse con un millonario, ambos de 1953. Pero lo cierto es que su carrera había comenzado mucho antes, con Dangerous years (1947), Las chicas del coro (1948) y Amor en conserva (1949). La rubita tonta, con aparente complejo de inferioridad, se convirtió en una patente que tuvo sus momentos de mayor esplendor en la comedia, lo que no le impidió tener pequeñas apariciones en films noirs, como The Asphalt Jungle, de 1950. En esa película de John Huston, Marilyn interpretaba a la amante de Louis Calhern. Quien fuera su marido (la rubia fue su segunda esposa), el dramaturgo Arthur Miller, la recuerda en ese papel como “la rubia imbécil y quintaesencial que va del brazo del mundano y corrupto representante de la sociedad”.

En su libro de memorias Vueltas al tiempo, de 1987, cuenta Arthur Miller cómo fue su primer encuentro con ella. “A Marilyn Monroe la conocí, mucho antes de que nos casáramos, en el plató en que se rodaba una película en que tenía un papel pequeño; era una película protagonizada por Monty Woolley, la bestia negra de mi padre”. Miller siempre confesó la gran fascinación que esta mujer ejerció sobre él, decía que daban ganas de protegerla.

Es verdad que Marilyn se consagró en comedias tontas para caballeros no tan tontos, que también las preferían rubias. Que hizo de la corista sexy su interpretación más emblemática. Y que su condición de mito carnal le debía más a Billy Wilder, que a su talento actoral, cuando aquel extraordinario director que era Wilder hizo levantar su falda con una ráfaga de aire subterráneo, en La comezón de séptimo año, un éxito de taquilla.

Pero nada de eso, como quieren sus detractores, hizo a Marilyn (al menos no totalmente) una rubia tonta. Si no vuelvan a ver Mi semana con Marilyn, en donde la supuesta ingenuidad de la estrella queda hecha añicos, tan sólo una herramienta de legítima defensa. Una prueba de ello es su obsesión por convertirse en una actriz inteligente (y a veces parecerlo). Por eso se vinculó con el Actor’s Studio, que dirigía Lee Strasberg, un templo por donde pasaba todo aquel que quería convertirse en actor (o actriz) de verdad.

Resultado de aquella superación fue Nunca fui santa (Bus Stop), de 1956, uno de sus pocos papeles ponderados por los columnistas cinematográficos quienes, según recordaba Arthur Miller, siempre la trataron como una “puta que no sabía actuar”.

Uno de los críticos que la alabó en esa ocasión fue, por cierto, el propio Cabrera Infante. En un comentario del 25 de noviembre de 1956, escribió: “La verdadera parada está en Marilyn Monroe, quien, si es todavía una de las mujeres más turgentes de Hollywood, también está a punto de afiliarse entre las más inteligentes”.

El escritor Truman Capote, autor de perfiles irreverentes y venenosos si los hay, dejó escrito en una semblanza sobre la actriz: “¿Monroe? En realidad, tan solo una persona desaliñada, una divinidad desprolija, en el mismo sentido que un banana split o cerezas jubileée pueden ser faltos de pulcritud pero divinos”.

Fue Capote quien se manifestó en contra de tratar a Marilyn como una “institución”, o un “símbolo”. “Las instituciones tienen la tendencia a ser tristes, y los símbolos tienen aún menos sangre: día aciago aquél en que esta niña tan vivaz y encantadora acepte un aprisionamiento verbal tan insulso”.

Por eso la mejor manera de recordarla ahora es volver a ver sus viejos éxitos. En Some like it hot (Algunos prefieren quemarse) todavía es audible su encantador saludo a uno de los dos Adanes, ella cambiándose, corista eterna, semidesnuda y aniñada: Good night, honey! Fue el viejo Wilder quien dijo de ella: “Era carne y fotografiaba carne”. Bien dicho. Buenas noches, Marilyn.