‘Mimo’ cubana pasa luna de hiel en Ecuador

La luna de hiel de Berni y Lola

La joven actriz cubana Yanet Gómez, graduada en la Escuela Nacional de Arte, ENA, de la que salieron figuras hoy muy conocidas del cine y la televisión cubanos, ha sorprendido a los espectadores y a la crítica en Ecuador con la obra Luna de miel… Lotra de sal, montada en la Sala Experimental del Teatro Centro de Arte, en la que se lleva los aplausos por su dominio de la mímica.

Peña, quien también estudió en Londres y es instructora de talleres de mímica, aparece en escena con Martín Peña (también mimo y su esposo), y entre los dos sostienen una pieza con altibajos donde el principal elemento escénico es el cuerpo de los actores.

La actriz cubana interpreta a Lola, una mujer quisquillosa que se siente poco amada y que ve en la luna de miel una posible solución a sus conflictos de pareja. En la primera escena, la penumbra apenas permite divisar las siluetas esbozadas de la pareja. Cuando se hace la luz, como en la Biblia, podrá verse que ella (Yanet Peña) es menuda y tiene un cierto aire a una dama de los años 20. Tal vez sea el sombrero, a lo Edna Purviance, la musa preferida de Chaplin en su época muda. O su figura, frágil como la de una mariposa. El hombre tiene un porte desgarbado y encaja a duras penas su anatomía en unos pantalones anchos sujetos por tirantes. Dos esposos que se van de luna de miel. Un accidente. Y el fin de un matrimonio (in)feliz. O el principio de una resurrección.

Con ese comienzo, y un conflicto que sólo está en la mente de los protagonistas, Luna de miel… Lotra de sal, podría remitir a Mulholland Drive, la inquietante película “teatral” de David Lynch. Y por su temática (las desavenencias de un matrimonio) convertirse en una exploración, a lo Bergman. Pero ni lo uno, ni lo otro: es el pretexto para que dos actores (Martín Peña y Yanet Gómez, con pleno dominio de sus cuerpos) hagan una fiesta y nos recuerden aquella frase de Jean Cocteau: “Un mimo atraviesa el muro de las lenguas”.

La obra le apuesta a la comicidad (no hay mimo que no la anhele), pero este elemento no es constante ni alcanza siempre los mismos decibeles.La culpa no es del dominio escénico de los dos actores, que es extraordinario. Tampoco es de la vaca. Es de los diálogos que muchas veces, en su afán de apostarle a la risa fácil, se quedan en una ligereza imperdonable. Es muy difícil que dos buenos mimos conciban ¡también! diálogos tan ingeniosos como los de George Bernard Shaw.

Esta luna más de hiel que de miel cuenta con una escenografía minimalista y unos pocos elementos auxiliares: un par de sombreros, unas maletas, una silla y un paraguas. La historia sería olvidable de no ser porque está soportada de principio a fin por el inacabable repertorio gestual de sus dos actores principales, Peña y Gómez, los dos también instructores de mímica corporal.

Un mimo es ese intérprete teatral que se vale preferentemente de gestos y movimientos corporales, para darle vida a un personaje. Y tanto Gómez como Peña lo son de primera línea: ella con unos ojos expresivos que pueden bailar fuera de las órbitas; él con una gracia que está más cerca de del Jacques Tati de Las vacaciones de Monsieur Hulot, que de Chaplin.

El estilo en forma de ballet que patentó Tati, con su memoria para reproducir gestos ajenos, está muy presente en Berni, quien, al igual que Monsieur Hulot también se va de vacaciones. Yanet Gómez debe despojarse de algunos tics que, a fuerza de repetición, agotan al espectador.

A esta pieza le sobra plasticidad, sincronía gestual entre la pareja y momentos hilarantes, como aquél en que Lola y Berni conocen el mar. Le falta en cambio una dramaturgia de más aliento y una comicidad menos forzada. En una época en que el teatro está lleno de fuegos de artificio y pastiches posmodernos, esta obra demuestra una vieja perogrullada: que los actores pueden sostener una historia con el mejor de los instrumentos posibles: su cuerpo.