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Es la libertad la que sigue en el 'closet'


Mariela Castro defiende fuera de Cuba el sistema castrador de libertades castrista, y actúa hoy como agente blanqueador de todo lo que resulta nefasto para los cubanos.

Se acerca el 28 de junio y en ciudades de todo el mundo se preparan las manifestaciones del orgullo gay para recordar los atropellos padecidos históricamente por una comunidad sobre la que hoy todavía pesan muchos y variados estigmas. La normalidad que la homosexualidad ha alcanzado en muchos países, en los que los derechos de las personas homosexuales se equiparan cada vez más a los de las heterosexuales, ha hecho que hoy la mayoría de manifestaciones se celebren en un ambiente festivo y sin exceso de dramatismo, a pesar de que perduran muchos motivos para seguir reclamando y lugares en los que todavía hay muchos que secundan los prejuicios.

Este año en Cuba se llega a la fecha del 28 de junio con un anuncio interesante a la vez que inquietante: la convocatoria alternativa de una manifestación del Orgullo Gay en el Paseo del Prado, en La Habana, realizada por una organización que se sitúa en los márgenes del aparato estatal.

Aparentemente la convocatoria no deja de ser una noticia que debería alegrar a una de las principales promotoras del discurso a favor de la diversidad sexual en la Isla, Mariela Catro, hija y sobrina de Raúl y Fidel Castro. Paradójicamente, los dos son hoy una especie de residuo tóxico de la Guerra Fría que, con sus emisiones, siguen enturbiando el entorno en Cuba y provocando un bloqueo al acceso de los cubanos a un sistema de libertades públicas.

En un sistema de ese tipo una concentración como la que pretende llevar a cabo un grupo de gays independientes en La Habana tendría toda la legitimidad del mundo, entraría dentro de lo que es la normalidad. Pero en un país como en Cuba, país donde el partidismo de la vida pública es la norma establecida e inamovible, resulta realmente poco probable que la convocatoria se pueda desarrollar con esa misma ideal normalidad. Como tampoco es poco probable que quien promueve desde las instituciones la diversidad sexual, es decir, Mariela Castro, salga en defensa de esa otra libertad de los cubanos, esa que va mucho más allá de un asunto de alcoba. ¿Y por qué no es probable? Pues porque hemos visto a Mariela, una y otra vez, defendiendo fuera de Cuba el sistema castrador de libertades castrista, porque hemos comprobado una y otra vez como esta mujer actúa hoy como agente blanqueador de todo lo que resulta nefasto para los cubanos. Su objetivo es seguir afianzando la legitimación de una dictadura a través de su supuesto carácter gayfriendly, abierto y plural, eso sí, única y exclusivamente en lo sexual. Aunque aquí también hay, como no, trampa.

Esta imagen que se pretende proyectar falla por muchas razones. Para empezar la Cuba resultante al final del camino de esta Revolución castrista no es la de un país en la que los gays sean respetados. Regularmente leemos informaciones de fuentes independientes con datos sobre arrestos arbitrarios por parte de la policía, sobre una crónica transfobia que conduce a muchas personas transexuales a cárceles inapropiadas donde son sometidas a violencia física y psicológica. Y obviamente falla porque se proyecta una artificiosa imagen de civilización y respeto a las minorías sexuales cuando no está resuelta la convivencia de diferentes formas de pensamiento. No está resuelta ni se considera que sea una cuestión a resolver porque no sea acepta que tenga que existir esa diversidad en el plano ideológico y político. Sobre la base de un partido único y de una ideología única, sin fisuras ni disensiones, es imposible construir un entorno sostenible para la diferencia, a no ser que esta diferencia asuma las condiciones impuestas, es decir, que sea asimilada por el totalitarismo. Los diferentes entonces, sean en el campo sexual o político, ejercen su diferencia bajo una condición ideológica. Es esa condición ideológica que pone en evidencia toda la falsedad de las apariencias que el castrismo pretende guardar.

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