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Las leyes cubanas que nadie ha visto


La Gaceta Oficial de Cuba
La Gaceta Oficial de Cuba

Se trata de leyes que simulan haber sido escritas con zumo de limón: a simple vista son imposibles de leer. Nadie puede afirmar que las haya constatado jamás. Tal vez porque para hacerlo, sea preciso aplicarles calor.

Hay ciertas leyes cubanas que poseen una cualidad tan folklórica como original. Una peculiaridad muy nuestra, que data de históricos períodos de lucha, cuando era preciso enviar mensajes subversivos con absoluta confidencialidad.

Se trata de leyes que simulan haber sido escritas con zumo de limón: a simple vista son imposibles de leer. Nadie puede afirmar que las haya constatado jamás. Tal vez porque para hacerlo, sea preciso aplicarles calor.

Con zumo de limón, digamos, fue escrita la ley que obliga a médicos, enfermeros, técnicos de rayos X, dentistas o laboratoristas, a permanecer 5 años en Cuba tras solicitar su salida del país. Ese amplio sector poblacional relacionado con la Salud bien sabe el procedimiento: después de solicitar su permiso de salida, deberá preparar un trozo de madera, como los tripulantes de los navíos, para marcar uno a uno los 1825 días (pocos más, pocos menos) que le esperan antes de que su emigración se pueda efectuar.

¿Quién, por muy ingenuo o desinformado que sea, no conoce hoy en Cuba que esta es una práctica ya habitual, según la cual se planifican familias y se rompen lazos amorosos? Y sin embargo, ¿alguien ha visto alguna vez la ley, el decreto oficial, que la justifica?

Con zumo de limón está escrita la ley que prohíbe a los cubanos contratar el mismo servicio de Internet disponible a los extranjeros con residencia en la Isla. El decreto que oficializa con basamentos racionales (¿o qué son las leyes si no?) que un foráneo radicado en mi país puede pagarse horas de Internet en su casa, y un cubano que tenga en el bolsillo igual cantidad de billetes no puede hacerlo. Esta ley nadie la ha podido verificar, y sin embargo, ¿alguien duda de su aplicación?

Si algo sabía el agente, funcionario, o entusiasta del poder que interpeló en plena calle a los autores de aquel documental Que me pongan en la lista, es que no haber visto las altas escrituras, no pone en duda su existencia. Aunque los cítricos escaseen notoriamente en los agromercados de una Isla tropical, para escribir estas leyes siempre habrá reservas.

Porque sí: alguien que, repito, parece pertenecer a un sector facultado para imponer orden y pedir identificaciones sin portar uniforme alguno, tuvo a bien situar a los jovenzuelos del Instituto Superior de Arte que, cámara en mano, salieron a las calles de La Habana a preguntar qué pensaban sus compatriotas sobre el funcionamiento de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

El incidente quedó reflejado en un material titulado Que me pongan en la lista, premiado en diversos certámenes del audiovisual cubano un par de años atrás. El enérgico compañero olvidó que porque la cámara se baje del hombro no significa que deja de grabar.

En el momento de informarles, con un tono francamente amenazador, desequilibrante, que no tenían autorización para hacer esa clase de preguntas de manera pública, uno de los realizadores se tomó el trabajo de indagar por la ley que se los prohibía. La respuesta fue realmente deliciosa por denigrante: “No me vengas a hablar de leyes, no me hables de leyes que si no caemos en otras cosas.”

Sí, este era un conocedor. Este sabía que existe el basamento legal. Pero que para poder verlo, hay que pasarle una plancha por encima.

Creo que con limón fue escrito, también, el destierro moderno que tácitamente se aplica hoy en Cuba. El algoritmo es más o menos así: un profesional sale a trabajar fuera del país. (En el vocabulario belicista de mi Isla armada a esto se le conoce como cumplir misión.) Se desempeña como fisioterapeuta, cirujano o profesor de Inglés. Allí, lejos de su verde caimán, conoce a la mujer de sus sueños, o al país que mejor le satisface los anhelos. Y decide anclarse.

Pues bien: automáticamente queda marcado con la Letra Escarlata de los desertores para quienes las puertas del castillo tropical se han cerrado por siempre. Una Ley Invisible así lo determina.

Lo digo por experiencia casi propia: alguien muy cercano a mí perdió a su padre el 31 de diciembre último. Desde hace 6 años vive en Jamaica sin poder entrar a Cuba. Esta vez, ni siquiera la Cruz Roja Internacional consiguió que asistiera al sepelio de su pobre padre.

Demasiado oscurantismo, demasiada invisibilidad. Las que he mencionado son apenas un puñado de entre cientos que hoy condicionan la realidad de mi país. Quiero creer que son leyes verificables, que tienen sustento, pero me declaro incapacitado para la fe en estos menesteres: necesito verlas. Necesito comprobar que existen. No temo a ser tildado de hijo de padre deshonesto, como los que callaban ante la desnudez del Rey sin atreverse a decirle a Su Majestad que el sastre le había engañado: que andaba desnudo. No, yo cargo con el estigma si es preciso.

Pero ya va siendo hora de que respeten un poco nuestro derecho a ser regidos por leyes que podamos mirar, tocar, y sobre todo, enfrentar. Que destinen el limón para el cubanísimo potaje de frijoles colorados (mucho lo agradecerán los hogares de mi país), y que escriban las leyes nacionales con tinta de honestidad.
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