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Hombres nuevos y baratos


Moneda cubana (conocida por chavito)
Moneda cubana (conocida por chavito)

El abogado cubano René Gómez Manzano analiza las causas del decrecimiento de la población cubana y compara la cifra con la Reconcentración, aplicada por el capitán general español Valeriano Weyler a fines del siblo XIX

En su alegato y promesa al pueblo de Cuba que intituló La Historia me absolverá, Fidel Castro escribió en 1953: “Ningún maestro debe ganar menos de doscientos pesos, como ningún profesor de segunda enseñanza debe ganar menos de trescientos cincuenta, si queremos que se dediquen enteramente a su elevada misión, sin tener que vivir asediados por toda clase de mezquinas privaciones”.

La unidad monetaria nacional tenía en aquella época un valor idéntico al de la divisa estadounidense, y si no perdemos de vista que cada dólar de los años cincuenta, por su poder adquisitivo, equivale a unos ocho de los actuales, entonces basta una sencilla multiplicación para comprender que, sólo para mantener el nivel de vida prometido por quien después se convirtió en Máximo Líder, un maestro primario cubano debería ganar hoy unos mil seiscientos dólares mensuales…

Como se sabe, los emolumentos que devengan en la actualidad esos trabajadores intelectuales equivalen a… ¡menos del dos por ciento de esa suma! Aquellos generosos ofrecimientos quedaron en letra muerta porque la promesa nunca se cumplió. Hoy existe una alarmante falta de docentes en toda la Isla, déficit que se ha tratado de cubrir con jóvenes improvisados, carentes de vocación —los llamados “maestros emergentes”—, que han hecho descender de modo alarmante la calidad de la enseñanza en nuestro Archipiélago.

Salarios análogos devengan los representantes de diversos oficios que, como consecuencia de ello, se encuentran en vías de extinción. Algo similar sucede con algunas profesiones —incluso médicos, abogados, ingenieros— cuyos miembros, aunque pueden percibir ingresos algo superiores, las abandonan para dedicarse a actividades más lucrativas, como cargar maletas o servir mesas, ya sea en el extranjero —si logran emigrar— o en la misma Cuba.

Los propagandistas del régimen expresan gran indignación por lo que denominan “robo internacional de cerebros”. Pero esa ira sólo se dirige a los profesionales que, al trabajar en otros países, lo hacen fuera del control de las autoridades castristas. Si se trata de especialistas cuyos opulentos salarios extranjeros son pagados directamente al régimen cubano (que se queda con la parte del león y pasa a los técnicos una modesta mesada), entonces ya no se habla de “robo”, sino de “internacionalismo”.

Tampoco existe preocupación alguna cuando un profesional que no puede viajar al extranjero, desesperado por sus magros ingresos, el exceso de trabajo y las pésimas condiciones, deja de ejercer su carrera para desempeñarse como maletero, dependiente o vendedor de maní. Este despilfarro interno de talento —que constituye una triste realidad en la Cuba de hoy— no despierta la menor preocupación en los actuales jerarcas de La Habana.

Mientras tanto, ahora se autorizan pequeños negocios, como los que durante tantos decenios fueron perseguidos y reprimidos. La condición fundamental que deben llenar para ser permitidos es mantener su pequeñez, como virtuales bonsáis. La política tributaria está concebida con ese fin, pues nadie debe incurrir en lo que el régimen considera un grave delito: enriquecerse. No en balde quienes tienen una vida por delante aspiran a emigrar, sin importar mucho a dónde.

Si hoy en día el peor par de zapatos cuesta doce dólares (más de medio sueldo mensual) y si un litro de aceite de baja calidad vale 2.40 dólares (un octavo del salario medio), entonces, ¿quién se asombrará porque la paga no baste ni remotamente para enfrentar los gastos corrientes de casa, comida, pareja, hijos, ropa, calzado, aseo, transporte, medicinas, agua, gas, electricidad, teléfono, reparaciones, esparcimiento, o cualquier otra cosa que pueda presentarse!

Como regla, esos salarios, prestaciones o ganancias no rebasan el límite internacional de pobreza; o sea, un dólar diario. Esto ha determinado que, según el recién concluido censo, la población cubana haya mermado en vez de aumentar. Esto sólo había sucedido cuando la Reconcentración, aplicada por el capitán general español Valeriano Weyler durante la Guerra de Independencia, a fines del siglo XIX.

El problema consiste en que las parejas cubanas evitan hoy por todos los medios tener unos hijos que, con una economía que es puramente simbólica, les resulta imposible atender de manera apropiada. Si esto afectara sólo a los humanos, tal vez el gobierno, guiándose por su concepto de que lo más importante son la Patria y “la Revolución”, estaría justificado ante sus propios ojos por no prestarle mucha atención.

Pero es que también afecta de manera muy profunda al país, tanto en su presente como en su futuro, porque ante esa sombría realidad económica desaparecen la creatividad y la preocupación por los estudios o la superación. Se pierde el interés por el trabajo, la puntualidad y el cumplimiento o la alta productividad, al hacerse evidente que el esfuerzo y el sacrificio no van a reportarle nada a nadie.

Martí señaló muy acertadamente: “Se necesita ser próspero para ser bueno”. Sin un grado mínimo de bienestar se hace extremadamente difícil ser siquiera honrado. Hay una prueba irrefutable de que esto sigue siendo válido hoy: En 1959 existían sólo catorce prisiones en toda Cuba; hoy hay varios centenares. Todas ellas están abarrotadas de “hombres nuevos” formados por “la Revolución” al ahorrativo equivalente de veinte dólares mensuales. O poco menos.
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