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Fidel en portada sin ser noticia


El castrismo ha convertido a los periodistas en reproductores de discursos oficiales, de líneas de pensamiento únicas, en las que no cabe la posibilidad de debate o confrontación con otras ideas.

No debe ser fácil para un periodista oficial en Cuba romper con las ataduras. Ni que el propio Raúl Castro, en su último discurso, les haya dado prácticamente un cheque en blanco (pero siempre con rúbrica socialista) para que innoven. Los emplazó a no ser tan aburridos, a contar lo que ocurre en el país de otra manera. En definitiva, después de más de cincuenta primaveras sin haber impulsado ni un sólo cambio en el periodismo de la Isla (bastaba salir del medio, convocar elecciones y dejar paso a una sociedad libre), resulta que a la élite gobernante le preocupa justo ahora, y cuando ya se preparan para su amarga retirada, que los únicos periódicos que ellos permiten les entretengan.

Parecen no darse cuenta de que si la prensa editada en Cuba es, por lo general, un producto muermo es porque han impuesto la reproducción de los soporíferos discursos de la élite dominante. No olvidemos que, a parte de comandantes en jefe son, por supuesto, redactores en jefe. Ellos tienen la capacidad de parar máquinas cuando les convenga. Aún en estos últimos meses, el periódico Granma está reproduciendo en primera página, y posición preferente, fragmentos de alocuciones de Fidel Castro. La reedición de sus ideas ocupando, día sí y día también, el espacio más importante de la publicación, la portada, es una muestra de cuáles son los verdaderos propósitos del periódico: reeditar el supuesto respeto (mejor llamémosle terror) que entre los ciudadanos de la Isla proyecta su presencia. Buscan un revival, cuando la estrella ya perdió todo su brillo.

Cuando Raúl Castro se dirige a los periodistas del país y les dice que hay que hacer un periodismo diferente, les está impulsando a que se tomen una libertad con la cual jamás han trabajado. El castrismo ha convertido a los periodistas en reproductores de discursos oficiales, de líneas de pensamiento únicas, en las que no cabe la posibilidad de debate o confrontación con otras ideas. Así como en los países libres, la prensa tiene por misión procurar que los políticos o cualquier otro agente social no se pase de la raya y denunciar la posible comisión de cualquier abuso, en Cuba lo que sucede es justo todo lo contrario. El cometido de Granma, el de Juventud Rebelde y el de cualquier otra cabecera autorizada es hacer mucho más placentera la estancia en la cúspide del poder a los que la ocuparon desde que allí se instalaron sin que nadie nunca los escogiera.

A los periodistas se les exige la defensa del "proceso" y sus gestores resultan intocables. Mientras en otras partes del mundo los periodistas someten a control a los gobiernos, y estos deben someterse a los cuestionamientos en ruedas de prensa públicas que se emiten en directo por televisión, en Cuba tal planteamiento podría representar una ofensa para sus dirigentes, quienes consideran que la libertad de prensa no va con ellos, ni con su proceso.

Sólo así es posible que de uno de los máximos dirigentes del país, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón, salgan declaraciones como la siguiente, realizada el mismo 3 de mayo, Día Internacional de la Prensa: "La dictadura mediática es, probablemente, en la actualidad el instrumento más eficaz en la política hegemónica del imperialismo. Domina ampliamente la información a escala planetaria, determina lo que la gente puede saber y bloquea con mano de acero lo que quiere encubrir".

Alarcón hace con estas declaraciones dos cosas, la primera mentir, porque fuera de Cuba no hay ninguna dictadura mediática y sabe bien que en todos los países libres se publican medios que responden a ideologías diversas e incluso antagónicas. Es normal y no pasa nada. En París se publica L'Humanité, del Partido Comunista francés; en Italia, L'Unità, cabecera del Partido Comunista italiano. Por no hablar de la infinidad de medios en Internet que, realizados desde Europa u otras plazas en América Latina, reproducen lo que publica Granma y defienden la dictadura en Cuba. Por suerte, la libertad de prensa pone cada cosa en su lugar y hay mucha más prensa a favor de la democracia que complaciente con el castrismo. Otra cosa es que existan grandes grupos transnacionales que tienen una presencia global. Su existencia no anula, en todo caso, la libertad de prensa ni la creación de medios al margen. Asimismo, su existencia tampoco justifica que los medios de comunicación tengan que estar sólo bajo el control del Estado.

En segundo lugar, Ricardo Alarcón parece haber hecho el retrato más exacto y fiel del panorama mediático de la Isla. Todo lo que se edita y publica está férreamente controlado. Está claro que la difusión intensiva de la propaganda del régimen a través de sus medios ha calado hondamente en la visión que tiene del mundo cualquier cubano que viva en la Isla y que no disponga de otra alternativa informativa a su alcance.

Para que los periodistas oficiales en Cuba puedan despojarse de sus ataduras deben primero dejar de ser oficiales. Para ello los medios tiene que ser autónomos de cualquier gobierno, sean estos públicos o privados; quien los dirijan tienen que ser periodistas, personas preparadas para el ejercicio del periodismo. Y no para ser la coraza mediática de unos pocos. El periodismo se debe al interés general, no al de un partido. Sólo así Fidel dejaría de ser portada diaria cuando, en realidad, no hay razón periodística que justifique su presencia.

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