Para nadie es un secreto que un sistema totalitario y tiránico como el castrista sólo puede perpetuarse con la ayuda de cientos de personas. Dentro de Cuba el apoyo encuentra caldo de cultivo en oportunistas, tontos o simplemente malvados seres que apuntalan al gobierno opresor a cambio de seguridad, prebendas o (los menos) por confusión y desinformación.
Los llamados comunistas que viven dentro de la isla, se pasean por las esferas del poder, incapaces y amorfos, desvalidos de ideología, principios y talentos. Esa es la materia prima del aparato coercitivo que ahoga el país, moribundo por décadas.
Esta verdad conocida y compartida no sería el tema de este comentario, si no fuera por un hecho que estrangula el raciocinio, la lógica y la tolerancia: los llamados comunistas se quitan su piel de hiena cuando deciden emigrar a la Florida. En Miami se tornan dóciles ovejas y arrepentidos de su vida anterior se venden como testigos de la historia secreta del país, y se disponen a vender anécdotas y testimonios al “mejor postor”.
Ciertos medios de prensa, lisiados y estériles, ven a los “comunistas reciclados” como célebres actores de Hollywood, capaces de generar ganancias de taquilla que rompan los records de las mediciones de audiencia. Deciden entonces, utilizar a los miserables (como antes lo hizo el gobierno de La Habana) para orquestar un circo primitivo y grotesco, que venden como exclusiva ante la mirada indefensa de los espectadores.
Quienes ayer, sin piedad y con gozo, asfixiaron a sus coterráneos, hoy se jactan de su obra y deambulan como reyes de la nada en una ciudad que no les pertenece. Quienes le entregan a los “arrepentidos” los guiones de sus falsos personajes, traicionan a su público y con ignorancia pasmosa cavan su fosa.
Vale ahora recordar que la libertad tiene un límite, el derecho de la prensa también termina donde empieza el derecho ajeno.