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Héroes y pueblos


Los pueblos de estos tiempos no requieren de héroes diseñados a la manera antigua, seres necesarios que en una circunstancia específica surgían por obra de la necesidad de cambiar las cosas, se adelantaban y emprendían lo que todos ansiaban pero luego se creían en el derecho de regirlo todo, en caso de que resultaran triunfadores.

Los pueblos de estos tiempos no requieren de héroes diseñados a la manera antigua, seres necesarios que en una circunstancia específica surgían por obra de la necesidad de cambiar las cosas, se adelantaban y emprendían lo que todos ansiaban pero luego se creían en el derecho de regirlo todo, en caso de que resultaran triunfadores.

Esta es la época la sociedad/héroe, el regreso del verdadero soberano: el pueblo, de su capacidad de rebelión pacífica y elección pacífica. Túnez lo hizo, Egipto lo hizo, Libia y Bahréin lo está haciendo. Frente al héroe social, multitudinario no hay tiranía que resista. Un héroe aislado, a la usanza antigua, es fácil de reprimir y eliminar. Un pueblo entero erigido héroe es una fuerza inconmensurable.

Basta de mentiras. Basta de imágenes de leyendas. Si hubiera un héroe individual en estas eras sería la información, y la información es hija de mucha gente.

Combatir la mentira con otras mentiras no genera héroes. Miserables apetentes de falsas y ajenas glorias es lo que origina. Cuando el ser humano ha tenido la oportunidad de un acto altruista, o alguien cercano a él—ya amigo o familiar—lo acometió, ello no le da el derecho de mentir o exagerar porque se traiciona a sí mismo o traiciona al cercano y se torna tan despreciable como aquel que los doblega o tiraniza por medio de la mentira.

El héroe verdadero ni miente ni exagera, porque simplemente lo hizo por amor, y lo olvidó. Son los heroesillos de cartón quienes viven de glorias añejas o heredadas. No es para exigir reconocimiento, poder o botín que el ser honrado se rebela y se lanza al acto heroico. Es por la satisfacción de servir, por un impulso, a veces desconocido, inexplicable, pero propio de los buenos.

Los héroes después de la hazaña, que para ellos fue una necesidad espiritual, vuelven callados al trabajo honrado, reconfortante y creador. No mendigan prebendas mostrando cicatrices, ni esperan que los demás lo agasajen y veneren por toda la eternidad.

Desde una celda de castigo en la cárcel de Aguadores, en Santiago de Cuba, el 29 de septiembre de 2003, pensando en ello le escribí—y se publicó entonces, exactamente el 11 de diciembre del mismo año, no después que salí de la prisión y me puse a buen resguardo—a Yolanda Huerga, mi esposa, lo siguiente:

No barruntamos que si alguien se sueña estatua, ése es el tirano. No sabe que al convertirse, en vida, en más mármol que carne humana, sensible y perecedera, el resto de los hombres comienzan por temerle, luego por despreciarle, y más tarde burlarle. Lo que empieza con solemnidad de himno para el héroe—si es un tirano el elegido—termina con fanfarrias de circo para el devenido saltimbanqui, caricatura de lo que fue heroísmo.

La oportunidad de servir a la humanidad—y esto no lo ha entendido nunca ningún tirano—es ya en sí mismo la presea. Todo jalón áureo, todo entorchado dorado que se procure luego, no sintetiza el instante supremo en que el destino individual brinda una brizna de gloria. Coincidir, ya por azar, ya por decisión propia, en el segundo exacto en que los demás requieren del acto altruista no significa luego que los beneficiarios nos deban pleitesía eterna.

Pensaba entonces en Fidel Castro, y así lo plasmé.

Hoy pienso en mequetrefes que ni a tiranos llegarán, porque son miméticos en gestos, tonos y palabras de quien los subyugó por mucho tiempo y los saturó de esa maléfica influencia—y no han podido estirpárselo del subconsciente, y ya se sabe que toda imitación es un fracaso—más, cuando falta la instrucción necesaria y el arrojo imprescindible. Son en realidad, pobre diablos que más que títeres embusteros no han sido, ni serán otra cosa, que payasos aficionados con las ambiciones más grandes que el corazón y, por supuesto, que el cerebro.

No es hora de crear ese tipo de héroes, ni ese tipo de farsantes. Los nombres del futuro los dará el futuro. Los pueblos de este instante no necesitan de héroes momentáneos y circunstanciales que más tarde pretendan eternizarse en su gloria y regir desde ella por los siglos de los siglos. Servidores sociales por el tiempo que lo merezcan y pauten las leyes, es lo que quieren y buscan los pueblos, no es derrotar una dictadura obsoleta para instaurar otra lo que procuran los pueblo. Y los pueblos se impondrán porque ya saben, ya tienen la información.

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