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Fango al pecho


Cuba no existe sino en las fantasmagorías y nostalgias de cada hijo suyo. Es, según la conciben. No tiene otro modo. Por eso, miles de islas que se le parecen andan al garete por desiertos y glaciales, ciudades extrañas y países exóticos, lenguas enrevesadas y costumbres estrambóticas, y hasta dentro de la isla real, la pintan con trazos desdibujados, irreconocibles.

Unos la aman, otros la desprecian. Unos la añoran, otros la padecen. Unos quieren volver porque su Cuba era un sueño, otros no quieren regresar porque su Cuba era una pesadilla. No es lo mismo haber vivido La República, e idealizarla ahora, que haber transitado el totalitarismo. A pesar de las exageraciones, que nunca faltan. Unos quieren marcharse porque la ven sin futuro, otros quieren quedarse para crearle un futuro.

Pero, hay que mirarla en lo que será. Sin Castros. Aunque con ideas socio-ideológicas muy afincadas en la conciencia colectiva que harán difícil la tarea de reacomodar una nación devastada por cincuenta años de desastres, caprichos y enfrentamientos, falta de leyes, sin tradición democrática, sin recuerdos de lo que es la transferencia de poderes, sin iniciativa económica privada y sin responsabilidad individual.

La vieja teoría de la solución biológica se ha materializado. Es hoy una verdad insoslayable. Juan Almeida, muerto; Fidel Castro, a medio morir; Raúl Castro, sin hígado, Ramiro Valdés, sin dos dedos de frente, y aunque los tuviera, estarían al chocar con el borde de la sepultura. Guillermo García, olvido; Machado Ventura, sin ventura, muy tarde para él. Son los jóvenes los que tienen su hora.

Mas, y aquí es donde los caminos se bifurcan, ¿qué jóvenes? ¿Yoani Sánchez, Claudia Cadelo, Gorki Aguila, Orlando Luis Pardo Lazo? No. Estos muchachos son civilistas. Les interesa ser ciudadanos de un país que no les impida realizarse como individuos independientes. Hasta ahora, no han dado muestras de que les interese el poder. Aunque ya se sabe: viejo el truco: primero seda, rosas para todos: es indispensable la unidad -para ocultar las verdaderas intenciones- y luego látigo y mandarria para quien sea.

¿Entonces? ¿Los defenestrados? No. Esos ya perdieron la poca credibilidad que les otorgaba su cargo. Perdieron su momento de perestroika y glasnost. Carlos Lage, Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque, Carlos Aldana, que ya no se les puede considerar jóvenes, son páginas vueltas. Pólvora quemada.

¿Los jóvenes militares? ¿Alejandro Castro Espín, devenido un Pinochet, un Somoza, un Videla, o tal vez un Kim Sung Il? Probablemente la última proposición. Pero veo más a Alejandro Castro Espín, como un Vladimir Putin tropical que, desde un primer ministeriato, quiera mover los hilos del poder tras el trono, dándole al régimen un cariz de falsa democracia a la rusa, donde Yoani Sánchez o Claudia Cadelo puedan convertirse, que Dios no lo quiera, en las Annas Politkóvskayas cubanas.

De ser así, habría que ver si los otros jóvenes, los sin nombre, sin apoyos exteriores, sin manipulaciones de camajanes, los que quieren ser ciudadanos solamente, se conformarían con una segunda colada de los Castro, y no terminarían como los jóvenes de Tianamen.

Es triste. Muy triste. Pero real. Muy real. Si no se impone "el poder de los sin poder" como debió ocurrir en los primeros años de la década de los noventas, se impondrán los herederos de los Castro, y eso no traerá al país los cambios -reales- que merece.

Será entonces la hora de poner en práctica, los cambios a nivel de estructura prometidos por Raúl Castro, y que sólo conducirían a la consolidación de un sistema que no por ensayado en China o Vietnam, sería justo para un pueblo que ha soportado por medio siglo todas las precariedades económicas, políticas y sociales que pueblo alguno haya podido sufrir.

Sin embargo, y frente a estas realidades, el mundo parece haberse puesto de espaldas al escenario real para imaginar piezas teatrales que nada tienen que ver con la asfixia del pueblo cubano. Europa conversa. El Vaticano conversa. Estados Unidos hace amagos de conversación, América Latina, a punta de petrodólares chavistas, asiente y va de turismo. España a la vanguardia del delirio.

La disidencia interna se desangra, cada día más aislada y abandonada por intereses espurios que la alaban desde tribunas lejanas y la traicionan al arribar al aeropuerto de La Habana. Pero más triste aún, se mordisquean entre ellos. Piden su sitio en la fila, como si quisieran ser los primeros en la larga cola de héroes que ha generado medio siglo de resistencia ante los Castro.

El exilio tradicional ha envejecido junto a los líderes comunistas. Ven también su solución biológica como una posibilidad tangible. Y no por ello dejan de arañarse. El exilio más joven batalla entre divisiones y luchas por un espacio que aún no tiene.

Pero la isla sigue, como hace más de cincuenta años, con el fango al pecho y no ve todavía una salida del lodazal que la envuelve. Habría que pensar con más calma, menos pasiones, menos invenciones, menos ambiciones, y un poco más de solidaridad.

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