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Manuel Vázquez Portal / El sepelio de una época


Cientos de soldados –kaláshnikov con bayonetas caladas contra el pecho- marchaban con la impostura propia de una marcialidad ensayada con desgana por interminables días.

Temprano en la mañana comenzó el obituario. En el lugar de siempre y con los mismos tintes traídos de unos tiempos que parecían iban a olvidarse.

Viejos aviones y helicópteros de guerra –¡con lo cara que está la gasolina!- sobrevolaron la Plaza de la Revolución como en un adiós de prisa.

Unos ancianos de uniformes militares de ralos entorchados –trémulas manitas holgazanas manchadas por la senectud- saludaban como autómatas a quienes desfilaban bajo un sol de fulgidez tropical.

La calle –de asfalto nuevo y nuevas señales de tránsito, trazadas como a impulsos de metas por cumplir –cruzada por antiquísimos carromatos bélicos repintados y sin esteras que hollaran su débil maquillaje, parecía una mueca al barrio colindante que muere de baches y basurales.

Un buquecito frágil –reliquia atesorada por más de medio siglo en un museo que antaño fuera Palacio Presidencial-, un tanque T-34 y un cañón SAU-100 –como prendas personales con que se envía a los faraones al valle de los muertos- abrían la marcha.

Cientos de soldados –kaláshnikov con bayonetas caladas contra el pecho- marchaban con la impostura propia de una marcialidad ensayada con desgana por interminables días.

Detrás –gorras de factura extranjera y camisetas con anuncios en inglés- iba el pueblo –sonrisas entre cínicas y hastiadas- pero batiendo banderitas.

Por los altoparlantes chirriaban olvidadas alabanzas (nadie se va a morir/ menos ahora…) de olvidados cantores que una vez quisieron trepar al cielo y se quedaron al pie de las tribunas.

Raúl Castro, bajo un sombrero de falso yarey, miraba con impaciencia su reloj de pulsera, y –quizás- intentaba recordar si no había olvidado algún detalle, alguna orden, algún atributo, que le desluciera su primera aventura pública de tamaño masivo.

El general –quien ya sabemos resultará elegido como Primer Secretario del único partido que tras el desfile comenzó su congreso- se ha propuesto salvar la revolución de sus propios estragos, y para ello, necesita sepultar una época trafagosa y valdía, pero sin que le cueste el poder absoluto –algo que soñó desde que, allá, por Mayarí Arriba, en el Segundo Frente Oriental, repartía carteras de Ministros de Mentirita a sus lugartenientes- que su hermano le dejara como herencia.

La despedida de duelo, ante sólo mil dolientes escogidos en todo el país, y quienes llevan por escrito las condolencias de ¿todo el pueblo?, se inició a las cuatro de la tarde con una alocución del heredero.

Las oraciones, plegarias, misereres, letanías, desgarraduras de ropas, plañidos, sollozos y suspiros se extenderán hasta el día 19, cuando el general, ya investido Primer Secretario, anuncie el surgimiento de otro tiempo en el que se amanecerá sin Libreta de Abastecimientos ni otros paternalismo insostenibles e intolerables.

Otro tiempo al que se arribará con la promesa más de un millón de despidos laborales, la creación de un capitalismo de forradores de botones, limpiabotas y expendedores de fritangas. Pero, otro tiempo esplendoroso, en fin, como es el luminoso socialismo que siempre se vislumbra solo en lontananza.

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