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Razones para prohibir los motores en el mar


Turistas en playas cubanas
Turistas en playas cubanas

Pobre país que necesita mancillar la moral de sus hijos para retenerlos en casa. Que necesita humillarlos, restarles valor, colgarles encima el San Benito de tránsfugas potenciales, porque no se puede confiar en las intenciones de un bañista con cara de inocencia.

Sí, es realismo mágico. A veces más evidente, a veces menos. Pero la manera en que se vive dentro de mi Isla raya por momentos lo inverosímil, y uno necesita recordar que es una tierra de excepciones, burlescas o irónicas, crueles o tristísimas, donde todo es creíble de por sí

Una amiga comprobó recientemente que para poder disfrutar en Cuba de ciertos artefactos necesita mostrar primero el pasaporte que le acredite como extranjera, o como cubana residente en el exterior. Durante su visita a uno de los hoteles de playa cálida y coco glasé que la mayoría de sus compatriotas no conoce jamás, aprendió la lección.

Iba del brazo de su esposo, un italiano con quien desde el 2004 contrajo matrimonio, y con el que (hasta hoy) vive legalmente en Cuba. De su mano iba alguien más: el pequeño Dimitri, hijo de ambos, de cuatro años de edad.

Obviamente: visitaba ese paraíso tropical ubicado en la provincia de Holguín gracias a los euros de su compañero sentimental. Mi amiga es Estomatóloga de profesión, licenciada con Título de Oro. Su esposo, un florentino de carisma excepcional, se ha ganado la vida lo mismo reparando ventanas de cristal en la Galería de los Oficios, que fungiendo como ayudante de albañilería. Palabras de su propia boca.

Ambos sabían que de nada sirve el nivel académico de ella si de pagarse disfrutes o alimentar bien a Dimitri se trata. (Yo creo saber también, con dolor, que sin los euros de él, probablemente el matrimonio tampoco hubiera existido jamás.) Pero el incidente les demostró que tenían cosas por aprender aún.

Maldita costumbre del florentino de creer en los placeres que, en su país, son harto corrientes. Porque en el instante de solicitar una de las veloces motos náuticas con que los cubanos vemos a los turistas deslizarse por sobre las olas de nuestras playas, comprendió una cruda realidad que George Orwell resumiría así: aunque el contrato del hotel diga que todos los huéspedes son iguales, hay huéspedes más iguales que otros.

El amable trabajador le solicitó, para entregarle el artefacto, los pasaportes de los tres. El suyo, y el de su esposa e hijo. Desconcertado, este le mostró las manillas que les acreditaban como huéspedes. El trabajador, paciente, se explicó:
- Solo los extranjeros, o los cubanos residentes en el exterior, pueden montar en equipos motorizados. Los cubanos tienen acceso a las bicicletas de playa, a las tablas de surf, pero no a nada que tenga motor.

En vano explicó el italiano (primero sosegado, después insultado) que desde hacía años él vivía en Cuba junto a su esposa, con el pequeño Dimitri, que qué sentido podría tener aquella reglamentación.

Por supuesto, el trabajador no tenía entre sus obligaciones laborales convencer al cliente de decisiones superiores. Es más: no debía ahondar en ellas, so pena de brindar información “sensible”. Así que sin más se colgó encima su sonrisa de empleado del turismo, y le pidió disculpas por las molestias causadas.

Los tres se miraron, azorados. El italiano y el niño de cuatro años (por contar con la doble nacionalidad de padre y madre) podrían surcar la playa encendida de sol encima de la moto, mientras la cubana debería contemplar el espectáculo desde la arena, quizás con un mojito en la mano, quizás con la rabia y la impotencia atenazándole la garganta.

Por supuesto, nada de eso ocurrió. Los tres regresaron a la piscina, a otras zonas menos restringidas del hotel. Pero entre ellos, un silencio plomizo volvía la circunstancia distinta. Para la pareja nada sería igual, nada volvería a ser verdadero disfrute luego de semejante humillación para la joven cubana.

Más tarde, comentando el suceso, alguien destapó la caja de Pandora. Un obrero temerario se atrevió a contarles el origen de la prohibición: Luego de permitir que los cubanos se hospedaran en hoteles antiguamente reservados sólo para turistas, sucedió lo inimaginable.

Un joven fornido puso a flotar una moto náutica en plena playa holguinera. Los bañistas le vieron apretar el acelerador. Lo que no vieron fue que, en algún punto de la playa, recogía a un compañero cargado con pertrechos de viaje, incluido un bidón de combustible, agua y comida, y partían rumbo al horizonte.

Fueron detenidos por guardacostas cubanos, kilómetros después. Sus destinos finales, sus sanciones, se desconocen. Lo que sí se sabe es que ambos enviaron un mensaje claro a los directivos del hotel, y desde luego, a los de todos los hoteles de Cuba: en un país sediento de libertad, los hombres son capaces de aprovechar la más mínima brecha. Triste, pero muy cierto.

Desde entonces, la directriz se trazó con firmeza. Los cubanos deben pagar el mismo importe que los foráneos para disfrutar de estos sitios de postal, no importa que las cifras sean cuasi imposibles para la inmensa mayoría. Tienen los mismos derechos, una vez dentro, que los turistas… excepto en el acceso a los motorizados para el mar.

Pobre país que necesita mancillar la moral de sus hijos para retenerlos en casa. Que necesita humillarlos, restarles valor, colgarles encima el San Benito de tránsfugas potenciales, porque no se puede confiar en las intenciones de un bañista con cara de inocencia. ¿Y por qué no se puede? Pues porque detrás del semblante apacible puede subyacer un alma necesitada de libertad, de independencia, que decidirá arriesgar su vida y echarse, como tantos otros hermanos, al inclemente mar.

Quiero creer que después de muchos cubalibres y de disfrutar la televisión por cable, mi amiga recuperó el talante y se entregó sin reservas a los placeres de aquel sitio. A pesar de todo, debía reconocerse como una elegida que, en sus merecidas vacaciones, hace algo más que vegetar ante telenovelas desgastadas, y cocinarse con la temperatura ambiente.

Pero me niego a aceptar que ese país donde la realidad por momentos se parece demasiado a una mueca ficticia, sea el país que los cubanos en verdad nos merecemos, y por el cual tantos hombres de honor entregaron su sangre y su vocación.
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