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Cuando a la regresión se le llama progreso


El problema principal de los cubanos no es sólo el de poder viajar. Fundamental sería, en primer lugar, resolver la insolvencia de la práctica totalidad de los ciudadanos que se ven obligados a vivir en condiciones de extrema pobreza.

Con asombro se ha recibido en España la noticia sobre que el gobierno cubano contempla la posibilidad de estudiar el mecanismo a través del cual podría conceder a los cubanos la venia para hacer turismo fuera del país. Viviendo en un mundo libre, en el que ninguna administración entorpece la libre decisión de movimiento a sus nacionales para establecerse donde a cada cual le parezca mejor o más oportuno, el hecho de encontrarse de pronto con noticias como esta -que recuerdan algo para muchos inimaginable como es el hecho de que existen países como Cuba en los que el turismo es algo a lo que no se tiene derecho-, resulta por lo menos chocante. Hay incluso quien, al oír lo que parece a simple vista una estupidez, piensa que le están, en realidad, tomando el pelo.

Probablemente del documento reeditado de los Lineamientos este punto del turismo sea, precisamente, uno que menos interés tenga en resolver el gobierno cubano. De hecho, si bien ha generado muchas informaciones y comentarios en la prensa fuera de Cuba, como es el caso de España, ha sido más noticia por la barbaridad planteada (el elevado anacronismo de discutir si se puede hacer turismo) que no por dar crédito a las supuestas intenciones del régimen de facilitar algo que suponga una circulación más libre de los ciudadanos cubanos. A ojos de todo el mundo que un gobierno se plantee hoy, cuando ya llevamos algunas horas de vuelo en el siglo XXI, que sus ciudadanos puedan o no conocer mundo resulta muy estrambótico.

En programas televisivos y en tertulias radiofónicas, el asombro de los comentaristas es lo que logra expresar de forma consensuada un coro de voces que, cada día con más determinación, muestran su solidaridad con aquellos que viven sin los derechos que hace mucho tiempo otros han logrado. Es además percibido como una burla porque por todos es conocido que el poder adquisitivo de la mayoría de cubanos no está precisamente preparado para hacer ningún turismo.

El cubano seguirá quedando a expensas de la subvención y caridad de los cubanos en el exterior, ante el desamparo del sistema. Una economía ineficiente como la cubana no da para cumplir ese tipo de sueños. Y lo grave es que, una vez afianzados los Lineamientos -que no implican cambios substanciales en el sistema como para que contribuyan a transitar hacia una economía productiva, generadora de riqueza-, queda todavía más lejos cualquier eventual aterrizaje de los gobernantes cubanos a la realidad.

Mientras la política en Cuba esté bajo el control de estos delirantes líderes no se podrá esperar más que noticias que nos sitúen en este extraño espacio dominado por un disparate diario que a la vez se convierte en una especie de tormento cuando nos damos cuenta de que esta sinrazón, además, es una realidad que sufren millones de personas sin, al parecer, opción ninguna para subvertirla.

El problema principal de los cubanos no es sólo el de poder viajar. Fundamental sería, en primer lugar, resolver la insolvencia de la práctica totalidad de los ciudadanos que se ven obligados a vivir en condiciones de extrema pobreza. Una pobreza que, por otro lado, el castrismo pretende convertir de circunstancial en un elemento característico del pueblo cubano. Pero la realidad y la historia son, evidentemente, otras, y para todos es conocido que el cubano ha sido un individuo próspero, hábil y floreciente allá donde ha recalado, y que asimismo el país fue uno de los más ricos y avanzados antes de la llegada de los Castro. La decadencia no está en los cubanos, sino en aquellos que han decidido la decadencia como modelo social. Está en los que llaman progreso a la regresión.

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