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Caracteres de Leyenda


Tanto Loredo como Pitaluga escogieron caminos diferentes para una misma vocación, marcada por el desprendimiento.

Dos auténticos héroes de nuestra Patria fallecieron en el lapso de una semana, uno en la Isla y otro en el Exilio. El pasado 6 de septiembre murió en La Habana Julio Ruiz Pitaluga, preso plantado histórico por 25 años, que escogió permanecer en Cuba como testigo y testimonio de la barbarie castrista. Tres días después, el 9 de septiembre, falleció en San Petersburgo el padre Miguel Angel Loredo, sacerdote franciscano y preso político por 10 años que decidió salir de Cuba para denunciar incansablemente al régimen por los caminos del mundo.

Dos hombres sencillos que nunca reclamaron galardones por su sacrificio por la causa que animó sus vidas, al asumir cada uno de ellos su propia decisión alcanzaron sin proponérselo la dimensión de leyenda. Yo conocí primero a Pitaluga sin haberlo visto nunca, cuando aún estaba preso, de boca de su sobrino Danny. Comenzábamos los turbulentos años de nuestra carrera universitaria en la Facultad de Economía de la Universidad de la Habana, y las historias de su tío cimentaban nuestra amistad y alimentaban nuestra rebeldía.

Un verano de 1978 esa rebeldía nos llevó a un bautismo de fuego en interrogatorio con la policía política, y lo que nos sostuvo en gran medida en esas horas de incertidumbre fueron ejemplos como el de Julio. A pesar de que fuimos delatados por un compañero de estudios que no merece ni que se mencione su nombre, nosotros nos mantuvimos sin delatar ni siquiera a quien ya nos había traicionado. Finalmente lo conocí en persona en la década de los 90, cuando fui a su casa a conocer a Mario Chanes de Armas, quien al salir de la cárcel tras cumplir 30 años de prisión fue precisamente a vivir en su casa, muestra de su carácter y abnegación.

También conocí por primera vez al padre Loredo por medio de referencias, en este caso de la prensa castrista que trataba de denigrarlo por asumir su deber como sacerdote y negarse a entregar a un perseguido de la dictadura que buscó santo refugio en su Iglesia. Otra muestra de carácter y abnegación. Nos conocimos en persona en las sesiones de la extinta Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, y me honro conque me haya contado entre sus amistades. Me impresionó sobremanera su paz interior, su disposición a la bondad, y hasta su sentido de lo cotidiano.

Fue precisamente esta última cualidad la que los agrupó a ambos, su apego más que nada a la labor cotidiana, ese accionar que se distingue precisamente por la ausencia de lo extraordinario. Tanto Loredo como Pitaluga escogieron caminos diferentes para una misma vocación, marcada por el desprendimiento. Justo antes de morir, por un error o predestinación histórica, Pitaluga había repartido la totalidad de un dinero que había recibido de su familia en Miami entre sus compañeros de lucha, sin guardar ni un centavo para sí mismo. Se fue como vivió, desprendido de lo material y comprometido con su causa, al igual que su compañero franciscano de cárcel y causa. No podía ser de otra manera. Por esos azares del destino, tanto Pitaluga como Loredo volvieron a cruzarse en la existencia cotidiana, que es quien define más que nada el legado de cualquier ser humano a sus semejantes.

En los últimos tiempos se ha desatado un amplio debate sobre los escenarios de cambio político en el mundo, especialmente en el campo intelectual. Es bueno recordar que ninguna de las tres grandes Revoluciones que marcaron cambios de paradigma en la Humanidad, la francesa, la norteamericana o la rusa, fueron originadas primariamente por discusiones académicas sino más bien por el accionar de millones de personas comunes y corrientes, que en un momento determinado decidieron enfrentar circunstancias extremas por ser fieles a lo que consideraban sus principios.

No existe cambio social en la Historia sin participación ciudadana. La última gran Revolución de la Humanidad, la apertura de la llamada Superavenida de la Información, se caracteriza precisamente por el hecho de propiciar la participación de los individuos comunes y corrientes en una especia de debate global, democratizando el intelecto más allá de las élites.

Las hazañas en la vida real no ocurren en medio de escenarios fastuosos, o foros excelsos, sino por el coraje cotidiano de quienes deciden vivir de acuerdo a su verdad afrontando los riesgos que esto pueda acarrearles. Pitaluga y Loredo fueron ese tipo de caracteres.

En este verano del 2011, al recordarlos también de forma humana a las 12:54 am con un trago de vodka y jugo de naranja, quiero pensar que hace mucho tiempo que Danny y yo les rendimos homenaje, cada uno a su manera, siguiendo con nuestros propios pasos la senda que ellos marcaron sin grandes aspavientos, simplemente por ser fieles a su verdad y no ceder ante la mentira. No hace falta más. No se precisa de mucho más para forjar una leyenda.

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