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Desde Madrid


A los niños que iban a la iglesia se les hacía actos de repudio a la salida del templo (en las iglesias solía haber, presenciando la misa, uno o dos "segurosos"); se les intentaba avergonzar en los colegios haciéndoles objetivos para el escarnio y de "análisis de grupo" en los que lo más chico que se les decía era "ignorantes", "oscurantistas" y "desviados ideológicamente". Siempre vagaba la amenaza de exclusión.

A los adultos se les minimizaba todo lo posible en los centros de trabajo y se les amenazaba con la expulsión, que a veces llegaba a tener lugar.

En todos esos casos, una simple charla entre colegas sobre la espiritualidad de las personas o sobre la experiencia de vida era tachada de "proselitismo" y, por tanto, acto muy grave que podía arrostrar consecuencias inimaginables, pero siempre excesivas.

Los casos, tal vez, más graves ocurrieron en las universidades. "La Universidad es para los revolucionarios" ha sido la máxima inamovible, léase "comunistas" y "castristas". Durante los casi cincuenta y dos años (si nada lo impide) de dictadura castrista, el acceso a la Universidad no ha estado condicionado por el talento, la inteligencia, la habilidad, ni el esfuerzo; todo eso ha sido secundario y, a veces, ni siquiera ha contado.

La condición fundamental para acceder a la Universidad, y para llegar a graduarse, ha sido apechugar y aceptar las condiciones ideológicas y de comportamiento social impuestas por el régimen castrista; cuando menos: no atentar contra ellas, a veces ha valido tratar de pasar desapercibido, centrarse en los estudios, cumplir las "metas" impuestas por el castrismo mínimamente y hablar poco.

La libertad de credo religioso no sólo es un derecho humano inalienable; representa, además, libertad del individuo a expresar, ya sea su espiritualidad o su proyección en el mundo.

A partir de los últimos años de los 80 y principios de los 90, el Gobierno cubano comenzó a hacerse el de "la vista gorda". Había que hacer cambios que, aunque le permitieran conservar el dominio sobre "la granjita", hicieran creer y sentir que había voluntad para encauzar las cosas dentro del periodo de extrema carencia que llegaba (con el fin de los subsidios soviéticos y la nulidad de la economía e industria cubana para que el Estado continuara siendo el gran patriarca y dador). Había que abrir frentes que habían estado cerrados hasta entonces.

De este tiempo data, también, la promoción de la cultura afrocubana. La apertura del país a la inversión extranjera y a esa industria mundial que tanto produce y que llamamos "turismo" (que desconocen los cubanos que viven en la Isla; si este texto fuera a ser leído por la inmensidad de los cubanos que viven en Cuba habría que explicarles qué es el "turismo") tenía que abastecerse de artículos exóticos, genuinos de la cubanía; había que re-caracterizar el mercado cubano y diversificarlo: las playas y las jineteras no son suficientes, de eso hay en el mundo entero… aunque se siga creyendo que "la cubana es la perla del Edén".

Florecieron los babalawos, santeros, espiritistas y la venta de sus vituallas para ritos y souvenirs de la isla exótica del Caribe, que exportaría esto junto con la imagen trasnochada del Ché y la Revolución de barbudos anticuados. ¡No hay nada que venda más que la nostalgia!

Entonces, vender artículos para que las familias "festejaran" la Navidad, con los fondos de las remesas familiares, que también comenzaban a llegar, fue un modo de explotar un mercado que, efectivamente, tenía una demanda porque el pueblo cubano, aunque se haya intentado acallar, tiene una profunda raíz de religiosidad. Esto ocurrió antes de la visita del Papa Juan Pablo II a la Isla, con ella se consiguieron otras prerrogativas para los católicos.

Sin embargo, con la degeneración de los valores y otras cosas que ha ido carcomiendo a la sociedad cubana, parece que la Navidad ha ido dejando de ser una fiesta para celebrar la familia, el amor de un dios y la paz que un tiempo de adviento debería representar, para dar paso a un consumismo desmedido e histérico. En el resto del mundo también ocurre pero, para el resto, ha estado el capitalismo y las leyes del mercado deshumanizante para ser "culpable". Tal vez el capitalismo de Estado que impera en la Isla puede ser más agresivo que ese del mundo occidental liberal, entre otras cosas porque no cumple con condiciones de "libertad", de oportunidad para todos y de reconocimiento al esfuerzo y el talento, además de la concepción de un Estado al servicio de los ciudadanos y no, como ocurre en Cuba, para cercenar la individualidad de las personas.

Lo anterior no quiere decir, ni mucho menos, que los cubanos tengan libertad para expresar y para vivir su religiosidad y su espiritualidad. Se les ha concedido, por conveniencia del Gobierno, por un interés bien espurio, una especie de amnistía.

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