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Putin crea nuevo imperio ruso con viejos hábitos soviéticos


Un hombre observa varias sudaderas con la imagen del presidente de Rusia, Vladimir Putin, que se muestran en un escaparate de una tienda en Moscú, Rusia.
Un hombre observa varias sudaderas con la imagen del presidente de Rusia, Vladimir Putin, que se muestran en un escaparate de una tienda en Moscú, Rusia.

Vladimir Vladimirovich Putin es el prototipo del gobernante del Kremlin venerado por las masas, obedecido a ciegas por militares y espías, criticado por la inteligentsia y temido en Occidente.

No hay mandatario que hoy día influya tanto en la política mundial como Vladimir Putin, quien está creando (con éxito) una variante moderna del imperio ruso. Lo hace a la manera de Pedro I, de Catalina y Stalin; usando la fuerza de las armas, invadiendo al vecino y acallando la crítica interna. Vladimir Vladimirovich Putin es el prototipo del gobernante del Kremlin venerado por las masas, obedecido a ciegas por militares y espías, criticado por la inteligentsia y temido en Occidente. En 15 años pasó de ser un gris ministro de seguridad al estadista que impone su voluntad sin importarle la ley internacional, las fronteras trazadas o el costo socio-económico para el país.

Desde diciembre de 1999, cuando fue nombrado presidente por Yeltsin, los rusos aplauden sin reparo toda acción emprendida por Putin. No importa el costo de vidas, lo mismo en los funestos asaltos al teatro en Moscú, o la escuela en Beslan, que el calamitoso y secreto accidente del submarino nuclear Kursk. Los rusos le perdonan, con tal que en el extranjero comparen a esta Rusia con la Unión Soviética. Ven en la política de anexión de Crimea, Osetia del Sur y Abjasia la revancha por perder 14 repúblicas al desaparecer la URSS.

Los rusos le perdonan, con tal que en el extranjero comparen a esta Rusia con la Unión Soviética.

A falta de una ideología toma a la Iglesia Ortodoxa Rusa como arma de combate. Y tienen en el Patriarca Cirilo un aliado incondicional para su cruzada contra todo lo que venga de Occidente. Las críticas al gobernante roza la herejía y como en tiempos soviéticos, todo lo que proviene del Oeste es sinónimo de antiruso. El ejemplo de Pussy Riot enseña la unidad Estado-Religión que ha forjado Putin. Ha logrado en una generación que el nacionalismo ruso sea la ideología de turno, el nuevo marxismo-leninismo.

Los planes de Putin para dividir la unidad de Occidente tienen éxito. Grecia no desea sanciones a Rusia, los nacionalistas franceses y austriacos le toman como ejemplo. Budapest y Praga se decantan por la energía rusa, dejando a un lado la unidad estrategia energética europea. En Rusia llevar la contraria a la Casa Blanca es deporte nacional, que va desde conceder asilo político a Edward Snowden hasta regalar armas (y planta nuclear) al general egipcio Al-Sisi. En Siria, Corea del Norte o Irán, los planes de los gobernantes locales se realizan con el beneplácito de Putin.

Putin no desean que el modelo occidental de democracia les toque de cerca.

Desde que murió Stalin en marzo de 1953 los rusos no habían temido y admirado al mismo tiempo a un gobernante como a Putin. De Nikita Jruschev se mofaban los soviéticos por su ocurrencia de sembrar maíz a lo largo del país; la manía de ponerse medallas de Leonid Brezhnev le hizo el hazme reír del país, la senitud de Yuri Andropov y Konstantin Chernenko motivaban lástima y Mijaíl Gorbachev empezó muy mal al imponer en 1985 una ley seca en una nación adicta al vodka. La popularidad de Boris Yeltsin subió precisamente por su amor a la bebida, pero la corrupción y las arbitrariedades en la privatización le hicieron blanco de la ira popular.

De nuevo los vecinos de Rusia temen a sus tanques, los aviones con la estrella roja (que volvió a adoptar Putin) violan los espacios aéreos desde Polonia hasta el Reino Unido y al ruso le enorgullece esta transgresión. Putin les hace sentirse fuertes de nuevo y en especial temidos.

Y Putin no desean que el modelo occidental de democracia les toque de cerca. La elite política rusa tiene marcada aversión a las revoluciones de colores, pues lo consideran una amenaza al actual modelo ruso de estado, una combinación de lemas ortodoxos, nacionalismo y una burocracia que controla el país. Y al ruso común Putin le hace sentir fuerte de nuevo y en especial temido, sin importar el rechazo en el exterior y que en Rusia manden a los críticos a la cárcel por supuestamente evadir impuestos o asesinen a los periodistas que denuncian los atropellos del gobierno.

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    Álvaro Alba

    Historiador y periodista especializado en temas de Europa del Este y la ex Unión Soviética. Máster en Historia por la Universidad Estatal de Odesa, Ucrania. Premio Emmy 2017 (Emmy Award) en la categoría de Documental Histórico.

    Ha publicado en ABC, Diario de Las Américas, El Nuevo Herald, entre otros. Actualmente trabaja en MartiNoticias.com. Autor de Castro y Stalin, almas gemelas (2002); En la pupila del Kremlin (2011) y Rusia: la herencia del estalinismo (2012). Es Asociado Principal de Investigación (Senior Research Associate) del Centro de Estudios Cubanos (Cuban Studies Institute CSI) de Miami y miembro de la Asociación para Estudios Eslavos y del Este de Europa (ASEEES).

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