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Muerte en el Paraíso


Hace más de 70 años Stefan Zweig escribió un libro titulado “Brasil. País de futuro”, obra en la que expresaba su fascinación por el gigante sudamericano y en particular por la ciudad de Petrópolis, donde residió hasta poner fin a su vida en 1942. No podía imaginar el gran escritor austríaco que décadas más tarde aquel título bienaventurado daría pie a una burlona interpretación: “Brasil es el país del futuro… y siempre lo será”.

Sin duda, Brasil es una gran nación agraciada por la naturaleza con una diversidad de recursos fuera de lo común, asiento de un pueblo laborioso, alegre y hospitalario, pero con serias dificultades económicas de compleja solución, formuladas detalladamente por el periodista Joan Faus en un artículo publicado por el diario El País de Madrid.

Gran parte del problema parece girar en torno a una tendencia muy en boga en varios países de América Latina, empeñados en practicar políticas ajenas al libre mercado: centralización económica, baja productividad interna, reducida inversión privada y poco aumento en el crucial renglón de las exportaciones. Si bien funcionarios brasileños han manifestado interés en rectificar las políticas económicas que comprometen el futuro de la nación, el autor del artículo aporta datos que exponen la realidad de Brasil.

Primero, señala Faus, la agencia Standard & Poors ha rebajado la nota de solvencia de Brasil, evidencia empírica de un crecimiento económico demasiado bajo que le ha hecho perder credibilidad en los mercados internacionales. Segundo, Brasil exporta sólo el 12 por ciento de su PIB, en comparación con un 58 por ciento de la pequeña Corea del Sur, indicador de que algo anda mal con la producción de bienes y servicios en el paraíso vislumbrado por Stefan Zweig.

Los problemas de Brasil también se extienden a la educación y en particular al exiguo número de investigadores para la innovación y el desarrollo, aspecto fundamental en cualquier sociedad que aspira a formar parte de los países más avanzados. Por consiguiente, se requiere una política financiera que evite el despilfarro del erario público. Por ejemplo, médicos brasileños y medios de prensa opinan que los millones de dólares que Brasil paga al gobierno de Cuba por los servicios de más de 7,000 médicos cubanos constituye en realidad un subsidio político.

Otros tantos analistas cuestionan los más de mil millones de dólares que invierte Brasil en la llamada Zona de Desarrollo Especial de Mariel, la cual interpretan como una inversión solidaria con la línea política de Cuba que no toma en cuenta el inalterable embargo económico de Estados Unidos. Por suerte, el Brasil que fascinó a Stefan Zweig parece dispuesto a adoptar una nueva política macroeconómica para provecho de su pueblo. Esperemos que Itamaraty proceda también con prudencia
para provecho del cubano.
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