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Mentiras, manipulaciones y leyenda urbana sobre el muro alemán


"¿A partir de cuándo?", preguntó el periodista italiano Riccardo Ehrmann. "Según lo entiendo, desde ahora mismo", atajó Schabowski. Una noticia daba la vuelta al mundo: había caído el muro.

Mentiras, manipulaciones y hasta alguna leyenda urbana rodean los 28 años de existencia del muro del Berlín hasta su caída, sobre la cual no hay tampoco una verdad única, más allá de que fue una noche hermosa en la historia reciente alemana.

"Nadie tiene la intención de levantar un muro", afirmó el jefe del Estado de la República Democrática Alemana (RDA), Walter Ulbricht, el 15 de junio de 1961. Sólo unas semanas después, el 13 de agosto, Berlín amaneció partido por alambradas y zanjas.

Fue una flagrante mentira, puesto que su régimen trabajaba con ahínco y bajo estricto secreto en esa aún precaria división que los berlineses verían surgir un domingo por la mañana, a modo de esqueleto de lo que luego fue la hermética franja de la muerte.

Desde 1949, año fundacional de la RDA, a 1961 habían huido 2,5 millones de germano-orientales por las frágiles divisiones entre los sectores en los que quedó escindido Berlín tras la II Guerra Mundial.

El sector oeste de Berlín era un coladero, razón por la que Ullrich levantó, con permiso de Moscú, una división atroz que quiso legitimar como un "muro de protección antifascista". El cinismo de Ullrich forma parte de las falsedades en torno al muro, aunque tampoco hay explicación a por qué el espionaje de las potencias occidentales que ocupaban Berlín –Estados Unidos, Reino Unido y Francia– no percibieron que en las afueras de la capital de la RDA un ejército de soldados y operarios preparaba la operación.

La Guerra Fría era un escenario muy expuesto como para arriesgar una confrontación directa. A los berlineses no les quedó otra que asistir al reforzamiento de un muro que el sucesor de Ullrich, Erich Honecker, convirtió en altamente tecnificado.

Otra mentira –el fraude electoral descarado en unas municipales– abrió finalmente la brecha de las protestas en mayo de 1989.

Honecker seguía cerrado a cualquier reforma, mientras en Moscú Mijail Gorbachov abría el grifo de las suyas y se producían fugas masivas de ciudadanos a través de Hungría, Polonia y Checoslovaquia.

"La vida castiga a quien llega tarde", se dice que advirtió Gorbachov a Honecker, en el 40 aniversario de la RDA. Ninguna grabadora registró la frase, pero así quedó para la historia.

Tampoco hay constancia de que el "Wir sind das Volk" ("Nosotros somos el pueblo") de los primeros centenares de ciudadanos de Leipzig que en septiembre se levantaron contra la RDA fueran un clamor por la reunificación. Más bien pedían reformas.

Los centenares se convirtieron en miles y el 4 de noviembre un millón de personas se concentró en la Alexanderplatz de Berlín.

Honecker había renunciado ya a su puesto, presionado por Moscú, y su heredero, Egon Krenz, buscaba soluciones en medio del marasmo.

"Fue una concentración orquestada desde el aparato de la RDA para salvar lo salvable", afirmaba el historiador Ilko Sascha Kowalczuk, en un acto del Deutsches Theater, donde recordó que, además de escritores como Christa Wolf o Heiner Müller, habló –entre atronadores abucheos– el jefe del espionaje de la RDA, Markus Wolf.

"Había actores distintos con objetivos distintos. La mayoría pedíamos reformas, no la disolución de la RDA", sostenía en ese acto Gregor Gysi, el carismático líder del postcomunismo.

Se llegó así al 9 de noviembre. A las 18:53, el miembro del Politbüro Günter Schabowski anunciaba en una concurrida conferencia de prensa que quedaban permitidos los viajes al extranjero.

"¿A partir de cuándo?", preguntó el periodista italiano Riccardo Ehrmann. "Según lo entiendo, desde ahora mismo", atajó Schabowski.

Una noticia daba la vuelta al mundo: había caído el muro.

Los enigmas envuelven el proceder de Schabowski. Krenz nunca dio esa orden. Gysi afirma que fue un malentendido y que la regulación debía entrar en vigor la mañana siguiente. También se dijo que la pregunta de Ehrmann había sido "inducida" por el aparato.

El desconcierto podía haber acabado en tragedia, ya que la policía no tenía instrucciones de cómo actuar mientras miles de ciudadanos se agolpaban sobre los pasos fronterizos.

Confusión en una noche desconcertante y hermosa, porque no hubo un solo disparo, de la que surgieron nuevas leyendas e imágenes de miles de ciudadanos derribando el muro con sus martillos.

Hubo algún grupo de jóvenes occidentales que lo intentó. Pero el grueso de las fotos del martilleo no pertenecen a esa noche, sino a semanas posteriores, cuando ciudadanos y turistas se lanzaron a buscar su reliquia de una franja de la muerte ya desactivada.

Obviamente, tampoco hay que dar por auténticos los pedazos de muro a la venta en cualquier esquina o comercio legal por Berlín, por mucho que lleven la etiqueta de "original". Ninguno lo es.

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