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Vocación de Sanguijuela


A mes y medio de las elecciones, el candidato opositor, Henrique Capriles, realiza un maratónico recorrido por todo el país.
A mes y medio de las elecciones, el candidato opositor, Henrique Capriles, realiza un maratónico recorrido por todo el país.

Me pregunto qué pasará por la mente del puñado de ancianos todopoderosos que conforman hoy la cúpula que manda en mi país, cuando solo falta un respiro para que el futuro de Venezuela se decida en las urnas.

Es una realidad terrible y reveladora: sólo un país gobernado con total ineficiencia, una nación pésimamente administrada por quienes controlan el poder de forma total, tiene tanto que preocuparse por el destino de otro país, como debe atormentar a la gerontocracia dictatorial cubana lo que pase en las elecciones de Venezuela dentro de solo 5 días.

Henrique Capriles es, digamos, un renacido martirio que trae para el poder cubano recuerdos de Glasnost, de Perestroika, de destrucción de subsidios soviéticos, de caos. Y si se tratara solo de eso, de hambre y miseria, el problema estaría bajo control: el hambre la pasarán los otros. Los de abajo.

Pero el problema es que con estos tiempos de incertidumbre, de tecnologías y hartazgo; con este pueblo agotado tras cinco décadas y media de promesas incumplidas, los viejos hombres fuertes de la Isla no se sienten demasiado seguros. “Mejor ni pensar en un 5 de agosto sin un Fidel Castro vigoroso, con apenas un Raúl enmohecido por su creciente anticarisma”, pensarán los gerontócratas del Consejo de Estado.

A estas alturas, pocos dudarán del descalabro inimaginable que sufriría la ya arruinada economía cubana si este subsidio de nuevo tiempo, ejecutado por la patria bolivariana, terminara por malograrse con un nuevo presidente que ha declarado a voz en cuello: “Habrá que sentarse a conversar con Raúl Castro sobre los médicos y el petróleo”.

Alerta roja. Locura. Insomnio en las secretísimas residencias de los mandamases cubanos. Este “majunche” (como tercermundista y simpáticamente ofende Hugo Chávez a su contrincante) sigue husmeando en cuánto paga Venezuela a Cuba por sus 45 mil médicos, y ha llegado a una conclusión macabra: hay alrededor de 3200 millones de petrodólares despilfarrados. Los 3200 millones que habría “conversar”.

El gobierno de Raúl Castro se encuentra ante la peor pesadilla de todas las posibles: un país heredado que nada en miseria, al que las temblorosas reformas económicas no han inyectado liquidez ni de juego (no se crean riquezas despenalizando el pan con jamón y los Chevrolet posteriores al ´59), y que para colmo podría perder su mínima solvencia si la tubería petrolera es reducida por un posible presidente que administre su nación con responsabilidad. Es decir: una antítesis del comandante Chávez.

Por eso aquel desvelo patético por curar al mandatario de su cáncer inconfesable en tierras cubanas. Por eso: porque nadie querría conservar tanto esta vida (esta vida en el poder) como aquellos que dependen de ella para su mala subsistencia. Dios recibe más plegarias de Raúl Castro que de las hijas de Chávez por la salud del gobernante sudamericano.

El próximo 7 de octubre, tristemente, los venezolanos no solo decidirán el país que quieren erigirse durante los años por llegar. Al otro lado del océano, una pequeña Isla con su triste vocación de sanguijuela vivirá ese 7 de octubre como quien echa a rodar su suerte en un tablero de apuestas a vida o muerte.
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