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En el último trago


Un jombre permanece sentado junto a un cartel alusivo al presidente cubano Fidel Castro, en La Habana.
Un jombre permanece sentado junto a un cartel alusivo al presidente cubano Fidel Castro, en La Habana.

Desde hace años, la revolución se apaga, se desinfla despacio. Acaba ronca y desolada, como una canción de Chavela Vargas...

Me refiero a lo que todavía llaman, más por costumbre o por inercia que por otra cosa, "la revolución". Porque todos sabemos que terminó hace décadas, aunque nadie puede asegurar exactamente en qué momento, si cuando se unció a la Unión Soviética y se convirtió en otro de los aburridos países del socialismo real o cuando pretendió haberse institucionalizado aunque primaran invariablemente la voluntad y los caprichos del Máximo Líder.

Ahora, la revolución que ya no es pero que quiere seguir llamándose así y que nadie sabe cómo coño nombrarla que no sea con una palabrota, no importa si iniciada con p o con m, es como un funeral que no termina...

Y todos echamos pestañazos y damos cabezazos, ansiosos por volver a casa, a la normalidad de nuestras pequeñas vidas que nunca nos permitieron vivir porque había que subordinarlas al sueño colectivo que un solo hombre y sus más cercanos colaboradores soñaban por todos nosotros, los míseros y prosaicos mortales que no supimos estar a la altura de sus muy elevadas expectativas, para las que Cuba les resultaba demasiado angosta.

De nada valen los esfuerzos por retenernos en la vigilia-pesadilla. Siempre nos vence el sopor, aunque bebamos el café amargo y con sabor a rayos de los timbiriches, uno en cada cuadra, como los CDR. Por mucho que lloren las plañideras y muchas piruetas que hagan zacatecas, payasos y bufones, siempre nos vencen el cansancio y el aburrimiento...

Resulta impronunciable la palabra revolución para designar un régimen de reemplazo de generales y tecnócratas que no consiguen que absolutamente nada les salga bien.
Es más humillante el yugo desde que Fidel Castro no está al mando. Las dictaduras carismáticas, si no se veneran, al menos con su mística terrible, salvan un poco la honra de los sometidos, Y eso que el castrismo, para bochorno de sus víctimas -que somos todos, también los victimarios-, pese a ser un cataclismo histórico, por cursi, resultó bastante ridículo. Por eso apena más su extensa tiranía.

Pero es peor aún ser rehenes de un régimen militar reforzado por tecnócratas y aparatchiks que abusan de la institucionalidad de utilería mientras apuestan por el socialismo de mercado, ponen caras de chinos y juegan a la ruleta rusa. ¡Vaya merienda de locos!

No hay continuidad. Lo que viene o ya llegó, es otra cosa, pero nunca la revolución. Y lo que vino tampoco es bueno. Para nada. Allá quien se conforme con los timbiriches y los puestos con viandas y verduras para quien pueda pagarlos. La piñata de los corruptos, el sálvese el que pueda proto-capitalista y la falta de libertades políticas, permiten suponer todo lo malo que todavía nos queda por delante.

La revolución, llamémosla así para no contradecir las rutinas, se acaba triste, como cantada por la Chavela...Y uno se pregunta de qué vale esa inexplicable manía aritmética de los mandarines verde olivo por anotarse cada 31 de diciembre, un aniversario de más a su larga cuenta.

Publicado en el blog Primavera Digital el 31 de diciembre del 2012.
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    Luis Cino Álvarez

    Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956). Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Es subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo.
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