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El estado del tiempo para Cuba


El senador demócrata Patrick Leahy por Vermont, junto a Debbie Stabenow y Chris Van Hollen.
El senador demócrata Patrick Leahy por Vermont, junto a Debbie Stabenow y Chris Van Hollen.

En cierto sentido, esto representa una reedición de la Guerra Fría bajo otros parámetros, que son los de los negocios.

Llueven los viajes a Cuba. Congresistas, senadores; encabezados por Patrick Leahy, la subsecretaria de Estado Roberta Jacobson, el gobernador de Nueva York Mario Cuomo, y hasta ositos de todos los colores (no me refiero a los políticos), en una exposición itinerante traída de Berlín, que conmovió tanto al Historiador en Jefe de la ciudad, que se gastó toda una ironía jugando con la proverbial frase de que "el abrazo de un oso es siempre mortal".

El siempre Leal Eusebio, tan dado a las hipérboles, dice que "La Habana es un estado de ánimo". Pues a juzgar por su vestimenta de edificios en ruinas, apuntalados y descoloridos, los ánimos andan de capa caída en la capital cubana, a pesar de la lluvia de visitantes y ositos, que suman 128. Suerte que los ositos de la exposición no son de carne y hueso porque si no, terminarían como la jirafa del zoo de La Habana, víctima de los matarifes.

Parece que el calor ha sido tan grande desde que se rompió el hielo, que ha producido una condensación atmosférica con aumento de precipitaciones. Todo se precipita ahora, hasta la "bloguerra" oficialista Rosa Miriam Elizalde, quien parece que no recibió el memo de Raúl y acusa a Estados Unidos de imitar a Raffles, "el ladrón de los guantes de seda", con una sentencia de muerte contra el régimen que aún sigue en pie. Una especie de fatua norteamericana. Nada sorprendente en alguien con una imaginación tan febril que afirma que para que los niños cubanos tomen leche, hay que reprimir la libertad de expresión.

Las tramas rocambolescas están de moda hoy en día, en este mundo de redes virtuales donde las conspiraciones ya son de alcance global, e incluyen una amalgama de personajes de todo tipo y tendencias. El novelista Leonardo Padura escribe en Le Monde, bajo el extraño título "El Fin de una interminable pesadilla", que el restablecimiento de las relaciones Cuba-Estados Unidos hubiera sido imposible sin la participación del papa Francisco. Orlando Márquez, vocero de la arquidiócesis de La Habana, lo calza diciendo que Su Santidad debería visitar Cuba en el 2015 "para reafirmar este proceso que él mismo ha impulsado personalmente".

Novelistas, sacerdotes, gobiernos, entrelazados por medio de un extraño código de Veni, Vidi, Vinci. Hay algo que no me cuadra en todo esto. Si la pesadilla es interminable, ¿cómo es posible que tenga un fin? Se dice que las reuniones sobre migración entre Cuba y Estados Unidos incluirán el tema de los Derechos Humanos y esto, más que un adelanto, representa un retroceso, puesto que vincula la existencia de los Derechos Humanos en la Isla a las relaciones con los dos gigantes político y económico mundiales, Estados Unidos y la Unión Europea. Los Derechos Humanos también emigran hacia los EU o la UE, se van del país, aprovechando el pronóstico de "mar rizada, ligeramente movida, en ambas costas".

En cierto sentido, esto representa una reedición de la Guerra Fría bajo otros parámetros, que son los de los negocios. El canciller Malgallo parece estar apresurado por la firma del convenio entre el régimen y la UE, y preocupado porque después del 17 de diciembre, las empresas europeas tendrán que competir con las norteamericanas por el pedazo del pastel de la Isla.

La intención del régimen es perpetuar el status quo, las potencias extranjeras apuestan por la estabilidad, y la dictadura no tiene prisa porque a este ritmo sí puede manejar el tiempo. La jerarquía de la Iglesia Católica tiene que estar en la mesa porque, si de vender esperanza se trata, nada mejor que la FE (familia en el extranjero). Con buena suerte, puede caer alguna visa, o unos fulas para poner un negocito en La Habana.

Aunque, por supuesto, debe estar presente en todas las reuniones o conversaciones que pueda, la oposición interna debe tener mucho cuidado de no caer en este juego de la espera. La mejor forma de romper este status quo no es buscar la inserción dentro de él, sino generar uno nuevo, alternativo, que pueda ser reconocido primero nacional y después internacionalmente, capaz de cambiar la cultura de la espera por la del activismo. Cuando no te invitan a una mesa, cocina tu propia comida.

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