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Acuérdate que siempre quiero


Robertico Carcassés pide públicamente libertad de información y voto directo
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Robertico Carcassés pide públicamente libertad de información y voto directo

Lo que improvisó Robertico Carcassés la semana pasada se ha incorporado al folklore popular. El estribillo es una especie de contraseña musical que identifica a simpatizantes del músico y/o simpatizantes de lo que pidió.

Lo que improvisó Robertico Carcassés la semana pasada en el acto del Protestódromo, se ha incorporado al folklore popular, el estribillo acompañante es una especie de contraseña musical que identifica a simpatizantes del músico y/o a simpatizantes de lo que el músico pidió.

Solo he hablado con una persona que vio atónita en su TV la comentada improvisación del talentoso director de Interactivo; el resto tiene la historia referida por segundos o terceros y le añaden o eliminan; pero en la calle se habla mucho de ello, sobre todo por insólito.

Todos habían ponderado el gesto; no fue hasta ayer que un joven sobre los treinta años vino a confirmar que la unanimidad tampoco es cierta en sentido inverso. Conciso y serio, comentó que no le había gustado lo que pasó en el acto frente a la SINA.

Dijo más, encuentra peligroso el deseo de “ustedes” (éramos cinco, y con él seis) de querer votar directamente por el cargo presidencial, aunque el escepticismo parecía ser su objeción, considera negativo un cambio por el socorrido argumento de que estamos mal, pero otros están peor.

No tuve necesidad de intervenir, pues los demás, todos mucho más jóvenes que yo, se encargaron de rebatirle con argumentos que suscribo plenamente. Sí les informé, porque allí nadie lo sabía, que Robertico ha sido separado de su grupo, medida que deja en entredicho todo el discurso de transparencia y de camisa quitada que acompaña las reformas raulistas, aunque haya habido una rectificación posterior.

En casa, esta experiencia matutina fue conversación de sobremesa. Alcides, por viejo y por sabio, señaló una obviedad en la que no había reparado: La voz disonante correspondió a un trabajador privado con un negocio en un local fijo; allí se produjo la conversación. El resto éramos clientes casuales protegidos por el anonimato.

–Parece mentira, Regina, que no hayas calculado que el joven pensara igual que los demás, pero creyera proteger su negocio de potenciales delaciones–.


Recordé cuántas cintas amarillas se anudaron sin convicción en estos días, y recordé al General Resóplez cuando impotente solo acertaba a decir: –¡Qué paízzz…!

(Publicado originalmente en el blog Malaletra el 09/18/2013)

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