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Un año de más a su cuenta


La Navidad en Cuba.
La Navidad en Cuba.
Los mandarines verde olivo decidieron nombrar el 2013 como “Año del 55 aniversario de la Revolución”. Así, se anotan un año de más a su larga cuenta dictatorial. Como si les resultara corta y no les bastara…

Si los números, pese a todo, siguen en su lugar, entre 1959 y 2013 median 54 años y no 55. Y uno se pregunta de qué vale esa inexplicable manía aritmética que han cogido los mandarines por anotarse, cada 31 de diciembre, un aniversario de más a su cuenta.

Supongo sea otra de sus supercherías, como esa de empeñarse en llamar revolución a esta cosa que lenta pero inexorablemente se apaga y se desinfla, con más penas que glorias.

Lo que todavía llaman, más por costumbre o por inercia que por otra cosa, “la revolución”, todos sabemos que terminó hace décadas, aunque nadie puede asegurar exactamente en qué momento, si cuando se unció a la Unión Soviética y se convirtió en otro de los aburridos países del socialismo real o cuando pretendió haberse institucionalizado -con una constitución plagiada y un parlamento unánime- aunque primaran invariablemente la voluntad y los caprichos del Máximo Líder.

En definitiva, lo normal era aceptar que terminara o se transformara. ¿Se imaginan a Brezhnev, o a cualquiera de las momias que le sucedieron, como la revolución?

En todo caso, la revolución cubana, ahora, más que a la revolución francesa o a la bolchevique, se parece a la mexicana, por aquello de los generales nombrados a trocha y mocha por Pancho Villa y por la dictadura maquillada, como la del PRI, a la que aspiran para el aterrizaje suave. Apenas quedan -si es que alguna vez hubo- jacobinos. Lo que hay es una elite sin clase, pero astuta, que habla más de marketing que de ideología.
Ahora, la revolución que ya no es, pero que quieren seguir llamándola así, aunque ya nadie sepa cómo coño nombrarla que no sea con una palabrota, es como un funeral que no termina…

Y en el velorio interminable estamos todos, los dolientes y los que no, por compromiso, para que no digan, por inercia, conveniencia, o porque no queda otro remedio. Pero estamos…

Y echamos pestañazos y damos cabezazos, ansiosos por volver a la normalidad de nuestras pequeñas vidas que nunca nos permitieron vivir porque había que subordinarlas al sueño colectivo que un solo hombre soñaba por todos nosotros, los míseros y prosaicos mortales que no supimos estar a la altura de sus muy elevadas expectativas, para las que Cuba les resultaba demasiado angosta.

De nada valen los esfuerzos de los mandantes por retenernos en la vigilia-pesadilla. Siempre nos vence el hastío, aunque bebamos el café amargo y con sabor a rayos de los timbiriches, uno en cada cuadra, como los CDR. Por mucho que lloren las plañideras, por muchas chapas que muevan aquí o allá los pillos del trapaleo, por muchas piruetas que hagan payasos y bufones, siempre nos vencen el cansancio y el aburrimiento…

Resulta impronunciable la palabra revolución para designar un régimen de recambio de generales y tecnócratas que no consiguen que algo les salga bien.

Es más humillante el yugo desde que Fidel Castro no está al mando. Las dictaduras carismáticas, si no se veneran, al menos con su mística terrible, salvan un poco la honra de los sometidos. Y eso que el estalinismo castrista, para bochorno de sus víctimas -que somos todos, también los victimarios-, de tan cheo y cursi, resultó ridículo. Por eso apena más que dure tanto esta dictadura cirquera y maniguera.

Es peor el bochorno desde que somos rehenes de un régimen de militares, tecnócratas y aparatchiks que abusan de la institucionalidad de utilería mientras apuestan por el socialismo de mercado, ponen caras de chinos y juegan a la ruleta rusa con pistolita de agua. ¡Vaya merienda de locos!

Lo que vino es otra cosa, no la revolución. Y tampoco es bueno. Para nada. Allá quien se conforme con los timbiriches, los arrendamientos de marabusales y los puestos con viandas y verduras para quien pueda pagarlos.

La revolución -llamémosla así para no contradecir las rutinas y tener el consuelo de ser las víctimas de toda la vida de un cataclismo histórico y no de una pandilla de patanes- se acaba triste, ronca y desolada, como una canción de Chavela Vargas. Solo no se la merecen Ellos (que se vayan al c... en el último trago), sino nosotros…

Publicado en circulocinico.com el 26 de diciembre de 2012
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    Luis Cino Álvarez

    Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956). Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Es subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo.
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