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Tres años después de autorizar sus ventas nadie ha comprado un Peugeot 508 en Cuba


Boteros de La Habana. Transporte en Cuba. Foto: José Raúl Concepción/Cubadebate
Boteros de La Habana. Transporte en Cuba. Foto: José Raúl Concepción/Cubadebate

La Habana, con sus dos millones y medio de habitantes, y un millón de turistas extranjeros o visitantes ilegales de otras provincias, probablemente figure entre las peores ciudades del mundo para trasladarse de un lugar a otro de forma rápida y barata.

Siete de la mañana en la parada de ómnibus ubicada en Avenida Acosta y Calle Poey, en el populoso barrio de La Víbora, al sur de La Habana. Casi un centenar de personas esperan la ruta 174 con destino al Vedado.

Mientras esperan el ómnibus, unos aprovechan para tomar café en un tenderete ambulante. Otros, desayunan pan con croqueta o tortilla en una cantina privada, sin dejar de mirar a la parada, por si se divisa la ‘guagua’.

También en Acosta y Poey, unas cuarenta personas en una cola aguardan su turno para abordar un taxi colectivo rumbo al Vedado. Jaime, trabajador de mantenimiento en un policlínico, no se puede dar el lujo de coger taxis.

“Ambia, por las mañanas el taxista cobra veinte cañas hasta el Vedado. Como trabajo en Playa, si tomo otro taxi, debo pagar otros veinte pesos. Al regreso igual. Ochenta cocos por ir y venir del trabajo y yo gano veinte baros diarios. Sí, en taxi hago el viaje en una hora, y si tengo que esperar una guagua son tres horas pa’lla y tres pa’cá. Muchos documentales, libros y charlas recordando la vida y obra de Fidel Castro, pero el gobierno lleva 60 años sin poder resolver el problema del transporte. Esto es de pinga, brother”, dice Jaime notablemente enfadado.

Si usted quiere conocer a un cubano rumiando horrores del castrismo, visítelo en su casa en pleno apagón o pregúntele sobre las supuestas bondades del socialismo en una parada de autobús llena de gente. A lo mejor se relaja en una pachanga poopular entre cerveza barata y ron infame, con reguegón o timba agresiva de fondo. Pero cuando de trasladarse de un sitio a otro en La Habana se trata, los cubanos ponen cara de circunstancias.

Como la cara que ahora mismo tiene Mireya, ayudante de cocina en una escuela. “De madre. Llevo desde la seis y media de la mañana para coger una guagua. Ya son las ocho y todavía estoy en la parada. Y cuando logras subir, tienes que andar con cien ojos, pues al menor descuido los carteristas te llevan la billetera. Y ni qué decir de los jamoneros. Te pegan el ‘paquete’ por atrás como si tú fueras su esposa. El otro día, un descarado de lo caliente que estaba, se sacó el mandao y se masturbó en pleno viaje”, cuenta Mireya ante una pequeña peña improvisada que escuchaba su relato.

Las colas en la carnicería para comprar pollo por pescado, efectuar trámites legales y esperar el transporte público, se han convertido en una especie de plazas populares donde un periodista, político o especialista en temas sociales puede tomarle el pulso a la nación. Hace dos años, el presidente de Finlandia se disfrazó de taxista para conocer la opinión de sus compatriotas sobre su gestión de Estado. Ese ejemplo debieran aplicarlo las autoridades cubanas

Gestionar un transporte público eficiente, ya sea terrestre, aéreo, ferroviario o marítimo, es un asignatura suspensa de la junta militar verde olivo que gobierna Cuba.

Fidel Castro, hoy agasajado por sus extensos discursos antiimperialistas y su rol en la lucha descolonizadora de África, nunca pudo diseñar un sistema de transporte funcional en la Isla.

La Habana, con sus dos millones y medio de habitantes, y un millón de turistas extranjeros o visitantes ilegales de otras provincias, probablemente figure entre las peores ciudades del mundo para trasladarse de un lugar a otro de forma rápida y barata.

En los años 60, el difunto Castro adquirió en Gran Bretaña tres mil ómnibus Leyland que se dedicaron al transporte urbano e interprovincial. Pero ni así. En las décadas siguientes, se los compraron a España, Japón, Hungría, Brasil y China.

En La Habana siempre ha sido una odisea viajar en ómnibus. En su mejor momento, en la capital existieron más de cien rutas de guaguas y dos mil quinientos buses además de una flotilla de cuatro mil taxis comprados a la dictadura militar argentina, aunque nunca se terminaron de pagar.

Con la llegada del Período Especial, en 1990, lo más parecido a una guerra sin bombardeos, el transporte público vivió un auténtico calvario. Los ‘camellos’, un engendro patentado por algún ingeniero sádico, que acoplaba a un camión un remolque chapucero, en un solo viaja transportaba hasta 300 personas apiñadas como sardinas en lata.

Los habaneros todavía recuerdan las broncas memorables que se producían dentro de los ‘camellos’, dignas de un cartel olímpico de boxeo. Aquellos espantajos eran una sauna en medio del calor tropical y según leyendas callejeras, sirvieron para procrear decenas de niños sin padres reconocidos.

Si por develar cada mentira de funcionarios estatales cubanos se pagara un centavo, créanme, en la Isla existiría una legión de nuevos ricos. Muchos pensaron que era un chiste de mal gusto, pero en 2014, el gobierno, en plan serio, luego de autorizar la venta de autos Peugeot a precios de Ferrari, anunció que se crearía un fondo estatal para, con las ganancias, adquirir ómnibus y mejorar el transporte urbano.

Tres años después, no se ha vendido ningún Peugeot 508. Lógico, no había que ser un Nobel de economía para saber que nadie pagaría el equivalente a 300 mil dólares por un coche de turismo. Y al contado.

Entonces, cubanos de a pie como el obrero Jaime o la cocinera Mireya, deberán seguir esperando dos horas para abordar un ómnibus urbano. Hasta que se venda el lote de los dichosos Peugeot.

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